Capítulo. 26 | Prohibida tentación

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Thiago Velásquez.

El rosario reposaba encima de la biblia en el centro del altar. Era inusual estar en una habitación rodeada de religiosidades y piezas para BDSM a la luz de las velas.

—Quiero jugar antes de penetrarte —admití desabrochando mi cinturón.

Confundida ladeó la cabeza deseando comprender mis intenciones, —¿Jugando cómo?

Sujeté su mentón con poca delicadeza a la misma vez que dirigía su mirada hacia mí, percibía un aura de confianza y sensualidad. Audrey mostraba un lado interesante, intentaba descifrar cuáles eran mis límites, quería explorar cada centímetro de mí y conocer tanto como yo de ella.

—Como mi sumisa.

Su mirada continuaba fija en mí, sus labios parecían tener sed de los míos. Dirigí mi mano hacia el altar cogiendo el rosario, lo observé palpando su delicada textura por unos segundos. Entonces, sin dudarlo, lo lancé al suelo ordenándole:

—Arrodíllate.

—¿Y si no me quiero arrodillar? —Inquirió vacilante y un tanto desafiante. Su pregunta me conmovió, fue justo lo que no imaginé escuchar. —¿De qué serías capaz?

Ella transmitía seguridad y eso era lo que hace tiempo quería incitar en ella.

Seguridad, confianza y vida. Más vida.

Con una postura firme avancé varios pasos atando mis manos en su cintura y uniendo nuestros cuerpos, dije—: Soy capaz de lo incapaz.

Sus ligeras y discretas manos hallaron la pistola que guardaba en un extremo de mi pantalón. No mostró sorpresa, en vez de eso tocó el arma con calma meditando su próxima interrogante.

—¿Hasta de matar?

Había adoptado un tono sensual y seductor, era difícil resistirme a su belleza o enmudecer ante sus preguntas cuando, con cada uno de sus movimientos, parecía que iba a perder el control. Mi desastrosa condición cardiaca me hizo darme cuenta del peligro que esa mujer representaba para mí.

Ella estaba destruyendo y tentando peligrosamente cada parte de mí.

—Por ti, soy capaz de mucho más —exhalé.

Retrocedió un paso hacia atrás alejándose, soltó su cabello de modo provocador dejándole caer sobre sus hombros. De rodillas cayó al suelo, sus ojos emitían lujuria al tiempo que levantaba el brillante rosario que reposaba en el suelo, su comportamiento pasó a ser impúdico y juguetón.

—Reza el ave María —ordené con impetuosidad y un porte lívido.

Sin ninguna oposición, pasó su lengua por la comisura de sus labios y obedeció sin ningún reclamo.

Sus labios eran la miel que anhelaban los míos en ese momento.

—Santa maría, madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores...

Interrumpí su rezo asegurando mi mano en su mandíbula con rusticidad. Desde metros más elevados ella seguía mi boca, su lenguaje corporal me pedía mucho más de lo que ella se atrevía a confesar.

—Principalmente por ti, pequeña pecadora. Sé lo ansiosa que estás por sentirme dentro de ti.

—Entonces creo que la virgen María debería rezar por ambos, porque se nota lo ansioso que estás de correrte dentro de mí —ostentó.

Bajé todo mi cuerpo en dirección al suelo hasta a nivelarme a sus pechos, su fascinante aroma me cautivó dejándome algo embelesado y abismando en su aroma seductor, subí poco a poco dejando pequeños chupetones en su cuello.

Enamorada Del Peligro {Libro 1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora