Aquella era la primera vez que contemplaba a Kagome realmente enojada y su querida tormenta ahora sí parecía una lista para arrastrar todo lo que estuviera a su paso ante la mínima provocación. Pero Kagome era bastante prudente, a decir verdad, llegando a encerrarse en el pequeño estudio que ocasionalmente compartían, no sin antes de llegar a la casa decirle que no tenía buen humor. Como una advertencia para no terminar discutiendo, como podría suceder.
Por supuesto, Yakō la recibió con su habitual buen humor, moviendo su cola de lado a lado y Kagome se agachó para acariciarlo para después dedicarle una mirada diciéndole que ya había llegado y estaba en casa. Él asintió en respuesta y la vio encerrarse sin decirle absolutamente nada más.
Claro que hubiera deseado tener algo que decirle, algo que ayudara a la chica con lo que sea que hubiera ocasionado su mal humor. Pero jamás lo ha intentado y las palabras parecen seguir siendo un impedimento. Se queda parado en la sala y Yakō parece mirarlo interrogante, como si estuviera preguntándose si haría algo o no.
Para su buena suerte, su memoria jamás le falla y recuerda el día que la amargura se hizo presente en él y como Kagome había regresado con cosas para hacer chocolate caliente. Con el fin de endulzar aquel día y eso parece darle una pista de que puede hacer; toma la correa de Yakō y este no parece necesitar nada más para saber qué saldrán.
El camino por las calles en otoño parece gustarles a ambos de la misma manera, no obstante, Yakō ve interrumpido el camino que ya conoce por uno nuevo, Sesshōmaru en cambio, había recordado la pequeña cafetería que había a tan sólo cuatro cuadras de su residencia, era un pequeño local que siempre tenía en exhibición pasteles de distintos sabores y en alguna ocasión Kagome le mencionó que deberían comprar alguno. Tal vez aquel día era la ocasión especial para hacerlo; dejó al can unos minutos afuera, siendo recibido inmediatamente por la dueña del lugar, una mujer anciana que le sugirió un pastel de chocolate en especial después de preguntarle qué clase de pastel estaba buscando.
Cuando lo observa en sus manos, en el camino de regreso, se pregunta si realmente aquello funcionará. Pero algo dentro le dice que peor es no intentar nada, tan pronto regresan, Yakō se adueña nuevamente de su pequeña cama y se queda ahí, quieto, a la expectativa de lo que pudiera suceder; Sesshōmaru entra al estudio con el pastel y una cuchara, ve a Kagome en el escritorio detrás del computador maldecir entre dientes algo o alguien.
No escucha sus pasos, porque procuró ser realmente cuidadoso con los mismos. Lo único que delata su presencia son sus manos dejando aquel pastel al lado de la pila de documentos que la pelinegra tiene que revisar con cuidado. Sólo entonces, Kagome levanta la vista y sus cejas fruncidas parecen suavizarse un poco.
Incluso le sonríe levemente, entendiendo lo que quiere decirle. Entendiendo que busca endulzar un poco el mal humor que carga; y no sabe qué fue lo que lo logró, la primera probada de aquel pastel de chocolate o que el peliplata se haya sentado enfrente de ella, expectante. Y cuando sus ojos se encontraron por tercera ocasión, él pareció abrir sus brazos ofreciéndole un abrazo bastante disimulado que bien podría haber ignorado.
Pero la chica no necesitó nada más para arrojarse a sus brazos, con el corazón latiendo a toda marcha y un humor más estable. Una vez ahí, se permitió acurrucarse antes de explotar: contándole todo lo que había pasado. Dejando salir su frustración, todo su enojo mientras Sesshōmaru acariciaba ocasionalmente su cabello rebelde. Sin palabras innecesarias, sólo estando ahí, demostrándole que escucharía todo con atención.
Las veces que fueran necesarias.
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Otoño
Fanfiction[AU/Serie de drabbles] Y mientras las hojas cambian de color, su lazo se fortalece entre días cortos y noches largas. *Los personajes de InuYasha pertenecen a Rumiko Takahashi, yo sólo los tomo prestados sin ánimo de lucro. *Esta historia también se...