Credo

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Kagome siempre tuvo un grupo de amigas perfectamente identificable: Sango y Ayame. Era difícil encontrar a las chicas separadas, pero no imposible. Cuando se graduaron de la universidad, las tres hicieron hasta lo imposible porque su comunicación no se viera afectada, saliendo victoriosas.

Fue por eso mismo que tan pronto acordaron quedarse con Yako —como Kagome había preferido que se llamara el can albino—, ella le mencionó que tenían que llevarlo con Ayame para que la chica lo revisara y pudieran estar tranquilos de que todo estaba bien con el cachorro.

Por supuesto, en ningún momento se negó y ambos partieron con el cachorro entre los brazos de la chica. Al llegar, el lugar era un desorden lleno de gritos y órdenes que nadie deseaba acatar; cuando Ayame los vio, corrió a refugiarse en los brazos de su amiga, explicándole la situación con una molestia latente al no ser apoyada.

Al parecer, había una camada de gatos que habían sido encontrados en los restos de un pozo, pero el riesgo de que este se terminara desplomado era demasiado alto. Por supuesto que nadie quería tomar ese riesgo con la chica, pero el credo profesional y ético de Ayame no le permitía hacer los oídos sordos a la situación y sabía que Kagome no la dejaría sola y lo arrastraría a él a aquella situación.

I

Por supuesto, había tenido razón; Yako terminó siendo cuidado por uno de los ayudantes de la pelirroja mientras ellos tres rescataban a los gatitos; Kagome y él acataron las órdenes de la chica, quién parecía haber armado un plan de rescate en su cabeza mientras iban hacia el lugar; Ayame no descansó ni un solo minuto y tampoco dejó la seriedad poco característica de ella hasta que su tarea fue terminada con éxito.

Cuando regresaron y terminó de examinarlos, incluido a Yako, se dirigió a ambos para agradecerles y recuperar su habitual buen humor.

Y sólo después de eso, todos los presentes parecieron entender el credo de la chica. Y porque se aferraba a este con fuerza, Kagome le dedicó unas palabras a su amiga antes de que se marcharan, recalcando una y otra vez que admiraba cada uno de sus actos desde que decidió tomar la administración de aquel lugar junto a su abuelo.

Él también recalcó que había sido un acto heroico, logrando que la sonrisa de la chica se ampliara un poco más.

Después de eso, partieron con Yako entre sus brazos y en el camino de regreso, Kagome abrazó al cachorro con fuerza para después susurrarle que entendía a la perfección a su amiga. Él asintió, también compartiendo su sentir.

OtoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora