2. Aliento de hielo.

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Las gotas de sudor bajaban densamente por su barbilla y frente. Sus jadeos y respiración entre cortada era una señal de la debilidad y cansancio en su cuerpo.

Yuriko se había esforzado más de que había pensado hacerlo. Tras un año entrenando duramente, la joven había agudizado todos sus sentidos, la fuerza en su cuerpo era innegable, incluso podía dominar la respiración de enfoque completo.

Aquella frágil niña había desaparecido dando paso a una hermosa joven de cabello blanco, ojos de color zafiro y cuerpo desarrollado. A sus quince años Yuriko había dejado de ser una niña indefensa para convertirse en una tenaz mujer. Sin embargo, aún con todo el tiempo transcurrido y con todos sus cambios físicos, ella era incapaz de pasar más allá de la primera postura del aliento flor. Le daba vergüenza pedirle ayuda a la pilar flor, Kocho Kanae. Lo único que podía hacer bien era obtener un solo lirio de la primera postura, un lirio que seguía entregando a Rengoku-san como se lo prometió.

Ambos se habían vuelto cercanos. La bondad en sus corazones logró conectarlos y tras intensas charlas al atardecer ambos terminaban coincidiendo en más de una cosa. Kyojuro le daba palabras de aliento y sabios consejos que supo aprovechar a la hora del combate cuerpo a cuerpo, pero eso no se acercaba a las posturas.

— Quizás no nací para esto. —murmuró mirando sus ensangretadas manos, llenas de raspones.

Para llegar a ser un Pilar toma miles de pasos. Recordó las palabras del hombre de cabellos flama. Busca dentro de tu corazón y enciende esa luz que tanto anhelas.

¿En su corazón? Pensó dejándose caer sobre el tronco del frondoso árbol que le proporcionaba sombra.

Dolor. En su corazón había dolor, uno incesante que consumía su alma. Allí hacía tanto frío que podía sentirlo en sus huesos.

Se rindió, nunca sería la pilar flor, ni siquiera la tsugoku del aliento. Le había fallado a todos los que confiaban en ella.

Soltó un suspiró y una leve nube de humo salió de sus labios. Yuriko se levantó de prisa, mirando sus manos y volvió a soplar para confirmar aquello. Era cierto. Era vapor frío, hielo. Era lo que había en su corazón y pudo sentir en cada parte de su ser.

Lo había leído. Una tarde leyó todo sobre los pilares, sus historias y técnicas en el campo de batalla. Había un aliento que solo apareció una vez en los últimos cien años, pero que se desvaneció cuando la luna superior uno lo asesinó.

Deslumbrada por ese rayo de esperanza se inclinó.

— Aliento de hielo, primera forma. —saltó sobre la piedra tomando impulso para volar disparada al aire—. Dagas de cristal.

Pequeñas cuchillas de hielo aparecieron impactando sobre la tierra. Sus pies tocaron el suelo y cayó de rodillas. Eso era, Rengoku-San tenía razón, sólo bastaba echarle una mirada a su corazón para saber lo que quería

— Jamás dudé de ti, Yuriko. —le dijo Ubuyashiki-sama—. Creo que estás lista para pasar al siguiente nivel.

Las puertas se corrieron lentamente y un joven azabache apareció. Sus ojos apagados denotaban una enorme tristeza que casi hacía sollozar a Yuriko.

— Estas frente al Pilar del agua, Tomioka Giyuu, él será tu sensei.

— Estas frente al Pilar del agua, Tomioka Giyuu, él será tu sensei

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Silencio.

El silencio era lo más común en los entrenamientos de Yuriko con Tomioka, aunque a veces se veían perturbados por los jadeos de la joven debido al esfuerzo físico.

Tomioka era muy duro, a veces le gritaba cuando algunas lágrimas se asomaban por sus ojos o cuando le rogaba por parar con el entrenamiento. Sin embargo, ante los ojos de Yuriko el pilar era un hombre triste, con un corazón lastimado. Los demás lo menospreciaban y decían que era raro, siempre tan silencioso y apartado del resto.

Ella quería hacer la diferencia, quería que ese joven siempre tuviera una sonrisa. Sus días eran contados por el trabajo por eso tenían que vivir al máximo.

— Tomioka-sensei. —lo llamó mientras descansaban.

Tomioka se encontraba sentado bajo de la sombra de un árbol, a unos pasos de Yuriko, mientras que ella se hallaba sentada sobre sus piernas flexionadas, miraba el cielo y la forma de las nubes.

— Creo que hace un buen día. —sonrió mirando el cielo azul resplandeciente—. La primavera se acerca.

No hubo respuesta, tal y con lo suponía.

— Rengoku-san dice que debo ser paciente y darle su espacio personal. —mencionó, atrayendo la atención del pilar—. Soy demasiado parlanchina, así que intento quedarme callada. En este tiempo junto a usted aprendí que el silencio es bonito y trae paz.

— No tienes porque quedarte callada. —susurró apartando la mirada de ella—. Tienes una voz muy bonita. Le agradas a todos.

— Usted me agrada a mi Tomioka-sensei. —se levantó acercándose tímidamente a él—. Estoy cómoda junto a usted, gracias por enseñarme todo lo que sabe.

Le sonrió mirándolo a los ojos. Tomioka sintió sus mejillas calentarse levemente. Tuvo que aclararse la garganta y ponerse de pie impidiendo que la joven lo descubriera. No quería crearse falsas ilusiones, pero sentía un poco de curiosidad por ella.
Él siempre había sido muy callado, no consideraba ser afortunado para tener amor, no era digno de ese sentimiento cuando la culpa lo atormentaba día y noche.

— Es hora de volver a entrenar. —mencionó acercándose a la gran vasija que Yuriko debía romper sólo con soplarle.

La joven había resultado ser más que una cara bonita y sonrisa tierna. A la hora de pelear una inmensa furia emergía de ella convirtiéndola en una experta espachina. Atacaba ágilmente y por su complexión escapaba fácilmente de los ataques.

No se sintió sorprendido cuando ella pudo romper la vasija gigante, ni cuando comenzó a saltar de felicidad cual niña pequeña emocionada por su hazaña. Pero lo que lo tomó por sorpresa fue cuando ella lo abrazó con fuerza y pronunció varios gracias.

Tomioka, quien siempre había escapado de los demás ahora se convertía en un prisionero de la adolescente de quince años, la primera que demostraba interés por él y le sonreía cálidamente. Enamorarse no estuvo en sus planes, pero le resultó difícil cada que ella se preocupaba por él y lo miraba con sus ojos cargados de amor.

Fire and Ice • Kyojuro Rengoku Donde viven las historias. Descúbrelo ahora