Capítulo 32

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Una reunión a última hora

     Estábamos en medio de una reunión de la Orden. El funeral de Dumbledore había sido esa misma mañana, y el grupo quiso ponerse cuanto antes a prepararse.

     Yo me desaparecí arriba del tren en mitad del trayecto para que ningún miembro del ministerio me siguiera desde la parada del tren o que algún mortífago me encarara. Me había cambiado en el compartimento que era solo para mi, y llevaba unos vaqueros rotos y una camisa de tirantes apretada con unas botas acordé. Todo negro a conjunto de un cinturón de pinchos plateados. A mi pelo negro le aparecieron mechas azules y lo até en una coleta alta. Mi cara se cambio poco a poco dejando un rostro diferente al que estaba acostumbrada. En mis ojos, gafas de sol.

     -Espero que Kingsley recuerde como le había dicho que me vestiría -le comenté a Nyx mientras la metía en la bolsita de cuero para que nadie la reconociera. 

     Había aparecido en un callejón cerca de la plaza del pequeño pueblo de Hertford, un pequeño pueblo a unos 45 kilómetros de Londres. Era tranquilo, muy tranquilo. Ante mi se alzaba un impresionante castillo que debería ser del siglo X. 

     -Un lugar perfecto si quieres hacer una escapada -dijo un hombre a mi lado.

     -Buenos tardes -le saludé-. Has tardado más de lo que esperaba.

     -Y tu has llegado antes de lo esperado -rio en mi dirección, y los dos dimos la espalda a la entrada el castillo para empezar a caminar-. El ministerio estaba vigilando el tren, y cuando Dawlish me ha dicho que te habías encerrado en el compartimento, no esperaba que al abrirlo se lo encontrara vacío y con las ventanas abiertas. Se supone que las ventanas de los trenes no se abren.

     -No es como si le hubierais puesto demasiado empeño para que se quedaran cerradas -fruncí la nariz-. No niego que se me haya sido fácil, pero me disgusta un poco que no se percataran de mi ausencia hasta el final del viaje... No te lo tomes a mal, pero tus hombres dejan mucho que desear.

     -Podrían hacerlo mejor -admitió un poco nervioso-. Pobre Dawlish, siempre le toca a él pagar el escarbato. Primero lo desmaya Dumbledore a todas horas, y después se le escapa una niña de dieciséis años... 

     -¿Ya ha presentado su dimisión? -pregunté cuando doblamos una esquina.

     -Hoy ha sido la quinta, pero no le he permitido que se fuera -sonrió culpable-. No es que el sea mal auror, solamente tiene mala suerte.

     Seguimos caminando hasta llegar a un entorno singular: repleto de canales y pequeños barcos-casa, pasear por cualquiera de sus senderos junto al río fue una auténtica delicia.

     Estábamos rodeado de naturaleza, y el aire que se respiraba era tan puro que daban ganas de no volver a el ajeteadro Londres; recordaba mucho el lago de Hogwarts. 

     -¿Quien eligió el lugar? -le pregunté al hombre de mi lado.

     -Remus -me contestó-. Pasó por aquí este invierno cuando se mezcló con una manada de hombres lobo. Al parecer construyeron un par de casas que compartían todos, pero son nómadas y se marcharon a principios de verano. 

     -¿Cómo acabó su misión? -pregunté.

     -Mal, no lo aceptaron -dijo con pesadumbre-. Pero mirando positivamente, tenemos cuartel general temporal. 

     Más de diez barcos se alineaban uno tras otro. Algunos lucían llamativos colores, mientras que en otros la pintura estaba ya desconchada. En las cubiertas se ven todo tipo de herramientas, plástico y chatarra. Muy pocos parecían estar en condiciones de navegar en corrientes con una corriente medianamente fuerte.

Lilianne y el Príncipe MestizoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora