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Los fines de semana mis padres tenían una especie de aburrida tradición que consistía en comidas de negocio. Si, esas de las películas en las que grandes empresarios comían comida muy refinada, en enormes restaurantes o en enormes mansiones para hablar de dinero. Pues bueno, mis padres, al ser nuevos en la ciudad y tener unas de las empresas más famosas en toda Inglaterra, sw muden donde se muden, serán reconocidos y tendrán estas estúpidas cenas.
Claro, normalmente son Addison o Madison las que van, incluso Quinton. Ellos son los hijos mayores, los trillizos y seguramente, ellos heredarán el imperio de mis padres, por lo que lo más lógico es y será que ellos sean quienes vayan a esas cenas. Normalmente, yo me quedaba en casa con uno de mis hermanos y joder, tenía todo el día para hacer lo que se me cante en gana, pero el otro día, le prometo a Addison que si me llevaba a la fiesta y me dejaba un vestido, la sustituiría yo en la comida.
Así que aquí estoy, vestida como la mayor estúpida posible, con un asqueroso vestido rojo, unos asquerosos tacones y un asqueroso maquillaje. Si, estoy siendo un poco pesimista, pero es que no he tendió casi tiempo para dormir después de la fiesta.
Al menos, no iré sola, Quinton me acompañará, aunque puede que eso no sea tan bueno.
—Vamos rubia de bote, que llegamos tarde—mi hermano me empuja para espabilarme.
—Ten cuidado con tu hermana, Quinton—le recrimina mi padre sacando las llaves del coche.
Le doy una sonrisa de niña buena pero mi padre niega con la cabeza. Suspiro con desilusión, si, todavía no se le ha pasado el enfado por mi retraso de ayer. Mi padre abre el coche y se monta en el asiento de piloto, mi madre se sienta a su lado en el de copiloto y yo voy detrás con Quinton.
—Bueno Nerea... ¿Estas nerviosa?—pregunta mi madre una vez que el coche arranca.
Le sonrió a través del retrovisor—Un poco, pero creo que estoy más cansada.
—Haber venido a tu hora—me molesta Quinton.
—Callate, que el que le echa la bronca soy yo, no tú—le apunta mi padre con el dedo.
Quinton rueda sus ojos—¡ya puede cortarme un brazo que seguirías defendiendola!
Mi padre me ds una mirada burlona que me hace sonreír, y entonces mira a mi hermano—Bueno, si te corta un brazo, todavía te quedaría otro.
Mi madre y yo reímos, en Cambio Quinton le mira tanto escandalizado como horrorizado
