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Narra Vinnie
Llegamos al segundo piso, mi móvil se ilumina con un SMS de Bill y freno. Nerea me mira curiosa y yo saco el teléfono para mirarlo.
Estaremos en la cafetería, esconderos donde podáis
—Me ha dicho que han quedado en la cafetería, estaran ahí en diez minutos—le informo apagando el móvil y metiendolo en mi bolsillo—¿donde nos escondemos para que puedas ver?
—Pues... No lo sé, yo no acudo a esta escuela, tu si—responde ella, de mala gana.
Alzó una ceja—¿te despertaste con el pie izquierdo, rubita?—bromeo
—¿como tu todos los días, no?—sonríe falsamente.
Me quedo mirándole, si definitivamente le pasa algo. ¿Qué será? Mmm, no me importa, pero soy curioso y encima me gusta molestarla, puede que si adivine que es lo que se le pasa por la cabeza, tenga algo más para meterme con ella.
—Bien bien, no estás habladora, lo entiendo—alzó mis manos con inocencia, para que piense que se lo dejaré pasar, y cambio de tema—Escondamonos en la cocina, puede que consigas asomarte por el hueco de los platos sucios.
—Buena idea, asquerosa, pero buena—asiente ella.
Me rio y le tomo del brazo. Se resiste un poco pero deja que la guíe, es tan torpe y distraída que seguro que acabaría metiéndose en alguna clase de camino a la cafetería y acabaríamos siendo descubiertos. Abro la puerta con cuidado y me asomo, por ahora no están, eso es buena señal. Me giro hacia Nerea poniendo mi dedo índice sobre mis labios indicándole que mantenga silencio, ella rueda sus ojos como si le pidiese la cosa más obvia y yo suelto una risita. Ay, me encanta hacer que la gente pierda la paciencia.
Tiro de ella cuando oigo unos pasos detrás de nosotros, en presa del pánico entramos en la cocina y nos tiramos al suelo, escondiendonos pero podiendo ver lo que pasa en el comedor si nos inclinamos.
La puerta se abre de un golpe y yo miro a Nerea, esta cagada de miedo, lo sé porque mira hacia los lados asustada y porque tiene los ojos muy abiertos. Suspiro, si no se calma va a tener una especie de ataque de pánico y no quiero acabar con una paliza solo porque empiece a quejarse.
Así que decido hacer la mayor cursilada del mundo y paso un brazo por sus hombros, abrazandola y acercándola a mi. Su cuerpo está frío y ni siquiera se muy bien porque. Tiembla menos, pero aún así entrelazo mi mano con la suya y la aprieto con fuerza, para que se tranquilice.
—¿que quieres, Bill?—una voz se oye en la cafetería, parece nervioso, es de hombre. Bueno, no parece muy mayor.
—Tenemos que hablar sobre la mezcla que te vendí—le dice Bill.
—¿que pasa?
—¿que pretendes, eh? Yo no vendo a depredadores sexuales y según tengo entendido...—
