22

8 1 0
                                    

CAPÍTULO 22: EL ÚLTIMO RAYO DE SOL

Extrañamente — o quizás no tanto — el sol se posaba sobre aquella dulce mañana de un mes casi veraniego. Los rayos solares atravesaban las amplias ventanas provocando que mis párpados necesitasen admirar aquel amanecer. Sacándome de un no tan profundo sueño en el que mi mente se había colado. Las sábanas blancas cubrían mi cuerpo hasta llegar a mis hombros.

Solía taparme hasta el cuello cuando era un cría…pero hacía tiempo que dejé de serlo, hacía tanto tiempo que dejé de ser la misma, que ya ni si quiera recordaba las fuertes facciones del rostro de la que en algún momento llegué a llamar mamá. Sin embargo, no me importaba en lo absoluto aquello, por alguna razón, también comenzaba a olvidar a mi padre, pero tampoco le daba importancia, en el fondo, quizás quería olvidar todo aquello que me hizo daño.

Abrí los ojos y di una larga y suave respiración, para después proceder a examinar la habitación, asegurándome de que todo estuviese en su lugar, como lo dejé la noche anterior, y la anterior, y hace tres noches y así sucesivamente. Desde la llegada de Nea, había querido protegerme, de algún modo pensé que si todo seguía igual, era sinónimo de que iba bien. Pero si por casualidad, algo se había movido, es que aquel pequeño trozo de mierda se había colado en mi dormitorio para husmear.

En efecto, eso es lo que había sucedido.

Fruncí el ceño al ver ‘El lazarillo de Tormes’ tirado en el suelo, en vez de estar encima de la mesita de noche. Había comenzado ese libro hacía varios días, era lo único que Priya tenía que medio me interesaba. Como lectora — no tan apasionada, pero leer, leía — siempre había tenido sumo cuidado si me prestaban un libro, si lo compraba, o si lo alquilaba en la biblioteca. Yo jamás tiraría un clásico de esa espantosa forma al suelo.

Por lo que había estudiado en física con el profesor Castle — sí, castillo en inglés — el viento puede llegar a abrir una ventana mal cerrada, tirar unos papeles al estilo cliché de las películas americanas, romperte el paraguas e incluso estropearte tu peinado. Pero no tirar un libro de noventa y cuatro páginas. Quiero decir, no es tan grande, pero igualmente aquella noche algo calurosa no era suficiente ni si quiera para abrir la ventana. No era necesario ser físico para saberlo.

Me destapé con cuidado y recogí el libro. Una de las páginas había quedado doblada — odiaba cuando eso pasaba — pero el resto se mantenían en buen estado. El coraje de saber que alguien había tenido el valor de entrometerse  entre mi privacidad e ir tirando mis cosas como si de mierda se tratase me provocaba un estado de irascibilidad enorme.

Aún así, decidí seguir el consejo que…bueno, la psiquiatra me dio. Ciertamente no recordaba del todo su nombre, creo que era Charles…¿no? Tal vez no era tan relevante para mí.

Desde arriba se podía oler a tortitas, creo que ya hablé sobre la obsesión de Priya por cocinar. No la compartía — yo cocinaba fatal — pero me gustaba tener algo así como una chofer que hiciese el desayuno un sábado. No me malinterpretéis, yo también ayudaba en ciertas cosas.

La cocina estaba solo habitada por la chica, que se movía al compás de la música de 5SOS mientras cantaba Youngblood. Sería algo así como el típico cliché en el que el chico llega por detrás y la abraza, o viceversa, y suena una canción de Rihanna.

— ¿Estás sola? — lancé la pregunta mientras me acercaba, ella dio un brinco al escuchar mi voz, no obstante sonrió cuando vio que se trataba de mí.

— Los chicos y Nea todavía no se han despertado — se pasó la mano por la frente — y Robert ha salido, así que sí, estoy sola.

Asentí mientras examinaba lentamente la comida, me pregunto si Ethan no le avisó para que me drogase metiendo pastillas en mi plato. Tristemente, mis sospechas se confirmaron al encontrar el pequeño bote de antipsicóticos al lado de un bol con restos de lo que parecía masa.

ADA [ COMPLETA ] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora