Corazón roto.

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Apenas las 6 de la tarde, pero en aquellos días la oscuridad devoraba todo temprano, así como el deseaba devorar el dolor. Que estuviese lloviendo a cantaros tampoco ayudaba mucho, pero no es como si hubiese una diferencia teniendo los ojos cristalizados aguantando las lágrimas.

No le importaba estar empapado, prefería concentrar la frustración caminando en medio de esa tormenta que esperar tranquilamente a que la lluvia se detuviese. Siendo el más paciente, el más calmado que soportaba todo, pero en esos momentos no necesitaba ser así, sólo quería ser impulsivo y huir, llegar a su casa y encerarse en su habitación, como si eso fuese a protegerlo. Llegó a su ansiado edén. Desde la puerta notó que todas las luces estaban apagadas, lo cual significaba que la casa estaba sola y aquello era realmente apreciable en esos momentos. Se quitó los zapatos y dejó tirados en el genkan, en esos momento no quería ni le importaba ser el gemelo ordenado, tampoco le importaba mojar el piso con el agua goteando de su ropa.

Fue directo al refrigerador, no reparó en que tomaba, sólo se llenó los brazos con comida y unos palillos. Subió las escaleras, en su habitación tiró la comida sobre la cama y se sacó la chaqueta, dejándola en el suelo.

A Osamu no le importaba nada en ese momento, le daba igual que por meterse a la cama empapado al día siguiente amaneciese enfermo, tendría la mejor excusa para no ir a la escuela ni a las prácticas y no ver a Suna.

Se refugió con las sabanas y empezó a engullir todo: los onigiris fríos, yakisoba, panes, papas fritas, el pudin que de seguro era de Atsumu, pero no le importaba, incluso en ese momento los gritos estúpidos de su gemelo serían mejores, porque ni siquiera el sonido de todo siendo masticado con fuerza borraba las palabras de Suna, rebotando en su cabeza de un lado a otro. Tampoco podía borrar esa imagen.

Revivió el momento de aquella misma tarde, su motivo para huir entre la lluvia y ahogar su miseria con comida.

Al fin había reunido el coraje para declarársele, pensó tanto en las palabras correctas, las practicó en su cabeza, pero su respuesta no fue nunca lo que imaginó. Esos ojos de zorro lo vieron fijamente, sorprendidos, pero enseguida se tornaron oscuros, incluso llenos de asco y frustración.


"¿Qué demonios te hizo pensar que podrías gustarme?"


Eso era lo que le había dicho y lo que se quedaría grabado para siempre en su mente, lo que ahora mismo resonaba en su cabeza e hizo que las lágrimas empezasen a correr por su rostro, abrasivas y sin control, pero él seguía llenándose las mejillas, sólo para no gritar lo mucho que le dolía el corazón.

-Si me ibas a rechazar, ¿por qué permitiste todo aquello, Suna? – Pensó- ¿Por qué entonces sonreías cada vez que me descubrías mirándote durante las prácticas? ¿Por qué eras el único que me apoyaba en los chistes hacia Atsumu? ¿Por qué recostabas tu cabeza en mi hombro siempre que tomábamos el autobús de vuelta de la escuela? ¿Por qué dejaste que hace unos días siquiera tomase tu mano?... ¿Por qué lo hiciste...si al final no me amabas como yo lo hacía. 

Osamu siempre era el más tranquilo de los Miya, el que no mostraba sus emociones, el responsable, el paciente, el que no molestaba ni buscaba llamar la atención, pero dentro de sí acumulaba todo y cuando le daban un motivo para soltarlo ni siquiera se daba el lujo de hacerlo apropiadamente, sólo se atragantaba y creía que con eso estaba bien.

-Al final fue mi culpa, por creer que alguien querría a alguien tan aburrido como yo...

Cuando cayó dormido fue el único momento que dejó de llorar. 

CAJA DE SORPRESAS - TeruSamu. Haikyuu!!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora