IMPERIO

42|| ¿Amor?

06 de marzo, 1658

La pequeña Handan Sultan era muy conocida por su gran corazón, pero cuando se juntaba con su gemela era un caos para controlarlas. Ese día ambas decidieron vestirse como criadas para molestar a las damas que las cuidaban ya que éstas las buscarían como locas. Todo iba bien en su plan hasta que lograron localizarlas a lo cual comenzaron a correr hasta separarse y esconderse cada una en diferentes lugares, sin embargo, mala suerte fue la de Handan que terminó metiéndose en una habitación de invitados. La Sultana se quedó por un rato mirando la puerta, no obstante, sintió una mirada que la hizo voltear. ¡Grande fue su sorpresa cuando observó a un hombre apuesto frente a ella! La mujer rápidamente dio vuelta, recordando que su madre había mencionado la presencia de un francés que se quedaría con los otomanos como uno de los veinte representante del rey Louis XIV. Handan intentó salir pero el hombre la tomó del brazo.

— ¿Quién eres? —preguntó con un perfecto dominio del idioma.

—Una sirvienta —mintió recordando a su hermana —. Me tengo que ir.

El hombre la soltó para seguidamente la Sultana marcharse. Él quedó enamorado y ella asustada ante el terrible caos que pudo provocar.

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La guerra por el trono consistía en varias batallas constantes por ganar el favor de la gente y el Sultan, y eso lo sabía toda la realeza otomana. Cada uno movía las cosas a su favor. Ante todo no sólo la madre del şehzade tenía el poder de poner a su hijo en el trono; también era deber de su favorita.
Los şehzadesi ya no se encontraban en Topkapı a lo cual la tormenta era evidente y Burnaz Hatun, favorita del Şehzade Cihan, sabía que debía actuar cuanto antes.

El hijo de Rabia se encontraba en los pasillos de su palacio cuando se encontró con su favorita. Aquella que creía amar pero que sólo fue un remplazo de Gulsah, la mujer de su vida que fue asesinada por Burnaz. Claro, él no lo sabe.

—Su Alteza —le sonrió haciéndole reverencia.

—Burnaz —le sonrió.

—Me enteré que el Şehzade Mehmed fue a firmar la paz con los griegos.

—Así es.

— ¿No le preocupa? El hijo de Mihriban está ganando poder mientras sus hijos corren peligro ante ello.

— ¿De qué hablas, mujer?

—Debe de deshacerse de sus enemigos, şehzade.

— ¿Qué? —preguntó sin entender su punto.

—Mientras sus hermanos estén con vida, nuestro hijo corre peligro.

—Cállate —ordenó, recordando a Ahmed —. Sabes bien que si llego al trono, no mataré a mis hermanos.

— ¿Cree que ellos harían lo mismo?

—Lo harán, son mis hermanos.

—No, su único hermano desapareció. Mihriban Sultan sólo les ha inculcado odio a sus hijos, cuando menos lo espere, lo matarán.

— ¡Silencio! Comprende que nada de eso sucederá. Ningún hijo de la Haseki es peligro para mí. Yo soy el sucesor y nadie cambiará eso —habló con firmeza.

— ¿Por qué tan seguro? Ellos toman fuerza y usted sólo cuenta con Nehir Sultan, una mujer que aún no tiene un esposo para que defienda a su hermano.

—Escúchame bien, Hatun...

— ¿Qué dirá? —se atrevió a interrumpir —. Sabe bien que mis palabras son ciertas.