13-12 {BokuAka}

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-¿Vosotros cuando os ponéis enfermos no os gusta que os dejen vuestro espacio?- preguntó Iwa, extrañado.

-No, me encanta que me presten atención.- dijo Oikawa, con aires de diva.

-Tú ya lo sé, bobo.- le dio una colleja cariñosa.

-Pues no sé, la verdad es que me agrada que me cuiden y todo eso, pero tampoco que estén muy encima.- contestó Kenma mientras ponía a cargar su consola. Iba a ser la primera vez en toda la noche que estaría más de diez minutos sin tocarla.

-Yo concuerdo con Oikawa.- apoyó Kuroo, y Bokuto asintió con la cabeza, dándole la razón.

-Yo pienso igual que Kenma. Ni mucho ni poco.- sonrió levemente.- A Bokuto tienes que darle mucha atención cuando se enferma. No puedes estar ni un segundo lejos de él.- Iwaizumi se rió.

-Me pasa. Oikawa es igual, además que es un impaciente.

-Pobrecitos.- Kuroo miró hacia otro lado, tratando de disimular su comentario anterior.

-Pues a Kuroo le da por los abrazos y los mimos, y al final siempre acabo contagiándome.- el aludido se desinfló. Adiós a sus intenciones.

-Akaashi, ¿por qué no nos cuentas sobre tu experiencia con cierto búho caprichoso?- sugirió el azabache.

-¿Qué búho?- su mejor amigo miró ofendido a Akaashi, pues le había ocultado que tenía un animal así de majestuoso. Él quería verlo.

Kuroo intentó contener la risa, de verdad que sí, pero era superior a él.

-Ningún búho.- aclaró Akaashi.- pero vale, la contaré.

Hace un mes o así.

Bokuto llegó a la preparatoria más tarde de lo habitual, pero tenía una buena razón.

Había dormido entre cinco y seis horas, a pesar de haberse acostado temprano. Eso pasó porque había estado dando vueltas en la cama, tratando de encontrar alguna posición cómoda, pero con el calor era imposible, y sí, tenía calor en pleno mes de noviembre.

Cuando por fin logró conciliar el sueño, algo pasaba, ya sea una moto a toda velocidad, un grupo de borrachos por debajo de su ventana o la alarma de su despertador.

Estando como estaba, era completamente razonable que deseara con todas sus fuerzas saltarse las clases de aquel día, pero sabía que era imposible, uno porque su familia estaría todo el día en casa y dos porque no podía faltar a un examen sin justificante médico, y prefería un dos a un cero, puestos a elegir.

Así que cuando entró por la puerta, lo hizo con veinte minutos de retraso y con unas ojeras que le llegaban hasta el suelo. La profesora no le hubiera dejado pasar de no haberlo visto en semejante estado. Parecía decaído, como si toda su energía se hubiera esfumado, y aunque al cruzar su mirada con Akaashi se animó un poco, no se comparaba en nada a los otros días.

Tuvo que retener sus ganas de acostarse en el pupitre y echar una cabezadita, pero sería una falta de respeto hacia la amable profesora que explicaba matemáticas, y decía amable porque otro profesor lo hubiera mandado con el profesor de guardia por haberse retrasado tanto. No perdió más el tiempo, sacó su libreta, un bolígrafo e intentó seguir el hilo de la clase.

No notó las miradas insistentes por parte de su novio, y aunque lo hubiera hecho, tampoco hubiera podido corresponderlas. Tenía sueño. Mucho sueño. Si ya le costaba mantenerse despierto aún oyendo una explicación sobre las aburridas matemáticas, estaba seguro de que en el momento en el que sus ojos volvieran a conectar ya no le importaría nada más que ellos, y se acabaría durmiendo, y no necesitaba eso.

Dulce NavidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora