En un día cualquiera en el campo de batalla, en medio de la lucha interminable entre los clanes Ragnarok y Tártaro, dos jóvenes de 10 años se encontraron, ambos con el rostro cubierto por la determinación y el misterio. Kenta, del clan Ragnarok, y Koemi, del clan Tártaro, se miraron fijamente, sintiendo una inmensa aura emanando de cada uno de ellos. A pesar de estar en bandos opuestos, sintieron una extraña conexión, un respeto y admiración mutuos que despertó su espíritu de lucha.
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