Los susurros del viento llevaban consigo un presentimiento de cambio en el tranquilo continente Kōsen. Bajo la luz plateada de la luna, dos destinos estaban a punto de cruzarse, entrelazando las vidas de dos jóvenes dispuestos a enfrentar el destino juntos.
Kenta me dirigí a donde Kohana, que estaba malherida y sumida en un descontrolado llanto tras presenciar la muerte de nuestro amigo de la infancia, Kenzo, y nuestro compañero de aventuras, Ryu. Le dije unas cuantas palabras de aliento mientras atendía su herida en el brazo izquierdo, el cual había perdido. Después de detener el sangrado y atenderla lo suficiente para que pudiera resistir el último tramo en la cueva, supliqué que entrara en razón.
Mis palabras fueron duras, pero necesarias: "Kohana, no es momento de llorar. Debemos ser fuertes y seguir adelante. Ya habrá tiempo para lamentarnos, pero no podemos permitir que el sacrificio de nuestros amigos sea en vano."
Llevando a Kohana cargada en mi espalda, nos sumergimos más profundamente en la cueva, donde se encontraba la reliquia. Al llegar, la visión ante nosotros era impresionante. La reliquia resultó ser una espada legendaria, forjada con un metal brillante y etéreo. La hoja parecía estar hecha de una mezcla de luz y oscuridad, emanando un poder ancestral. En su empuñadura, decorada con intrincados grabados, se leía el nombre Tensei no Yari (Lanza de la Reencarnación).
Junto a la espada había un antiguo pergamino. Al desenrollarlo, leímos la historia de la reliquia. Perteneció a un antiguo héroe que, con su poder, había mantenido el equilibrio en el continente Kōsen. La espada había sido creada para unir a las almas y proteger la paz, y su ubicación en la cueva era para mantenerla a salvo de aquellos que buscaran utilizar su poder para el mal. La espada tenía el poder de unir almas y traer paz a todo el continente, un poder de unión y armonía.
Kohana y yo quedamos sorprendidos por tal revelación. Con reverencia, tomé la espada y la guardé con cuidado. Procedimos a retirarnos de la cueva, cargando a Kohana en mi espalda. Al llegar al cuerpo de Kenzo, le pregunté a Kohana si podía andar. Asintió con la cabeza, aunque débilmente.
La bajé con cuidado para que pudiera caminar y procedí a cargar el cuerpo sin vida de nuestro amigo. Eché un último vistazo en dirección a donde desapareció Ryu, nuestro otro amigo caído en combate, y con el cuerpo de Kenzo en mi hombro, Kohana y yo abandonamos la cueva, dirigiéndonos al pueblo más cercano.
Una vez en el pueblo, enviamos un águila mensajera para informar a los padres de Kenzo sobre su fallecimiento y notificar al líder del clan sobre la situación actual. Pedimos que enviaran a miembros del clan Ragnarok para llevarse el cuerpo de Kenzo y darle un funeral de héroe. También solicitamos que se llevaran a Kohana para recibir atención médica adecuada. Aunque ella se negó inicialmente, le hice entender que ya no podía seguir luchando.
Kenta: "Kohana, necesitas regresar y atender tus heridas. Gracias por siempre estar a mi lado, pero a partir de ahora, debo continuar mi viaje solo."
Nos despedimos con un abrazo, sabiendo que nuestras sendas se separaban en ese momento. Los miembros del clan Ragnarok llegaron y se llevaron a Kohana y el cuerpo de Kenzo. Mientras se marchaban, sentí una mezcla de tristeza y determinación. La batalla no había terminado, y ahora tenía la responsabilidad de proteger la reliquia y cumplir con el legado que se me había encomendado.Con el peso de la misión sobre mis hombros, me dirigí hacia el horizonte, preparado para enfrentar los desafíos que aún quedaban por delante.
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Wanpisu
Ciencia FicciónEn un día cualquiera en el campo de batalla, en medio de la lucha interminable entre los clanes Ragnarok y Tártaro, dos jóvenes de 10 años se encontraron, ambos con el rostro cubierto por la determinación y el misterio. Kenta, del clan Ragnarok, y K...