Podía sentir el palpitar del corazón de Angie a través de las yemas de sus dedos, ella apenas tenía posada la mano sobre mi brazo y yo ya sabía lo nerviosa que estaba.
Aunque no podía culparla, yo estaba entrando en pánico sin razón alguna. El frío incesante de la ventilación del hospital se clabava como agujas en mis huesos hasta estremecer mi corazón.
Entrelacé mi mano con la de mi novia y le dediqué una sonrisa suave.
—¿Crees que estemos metiendo la pata?—murmuró ella, yo ladeé un poco la cabeza antes de contestar.
—Para nada. Lo pensaste e intentaste sacarle todo lo positivo, y llegaste a esta conclusión, Angie—besé el dorso de su mano con cariño. Ella me miró enternecida y me rodeó con sus brazos.
—Tengo miedo, Dyl.
—Yo también. Pero todo estará bien.
—¿No me dejarás?—sollozó.
—Llegamos aquí juntos, Angie, saldremos y seguiremos así—murmuré besando su mejilla.
La puerta se abrió, mostrando a una mujer entrada en carnes que sostenía una tableta.
—Angie Laurens, ya es tu turno, mi niña.
Nos dimos un último beso antes de que ella desapareciera por el pasillo junto a la doctora.
A Angie le tomó unas dos semanas tomar aquella decisión, entre discusiones de si podíamos o no mantener a un bebé. Ella iniciaba la universidad, y yo también estaba estudiando, no teníamos casa propia y me estaba costando conseguir trabajo.
No podíamos cuidar de un bebé tan solo vendiendo pastelillos.
“En otro momento será” nos dijimos con decepción.
Nuestros padres no pusieron muchas excusas cuando se los contamos, quizá mi madre desencajó un poco la expresión, pero no pasó nada más.
En la sala de espera, nos quedamos sentados luego de acabar el proceso, mirando la pared color crema. El silencio era totalmente incómodo, pero éramos incapaces de romperlo. Angie tenía la mirada cansada y turbulenta.
—¿Tan feo se sintió?
—No lo sé—murmuró—, los anestésicos casi no me hicieron sentir nada. Tengo molestias, pero dicen que es normal.
—Ah...
Volvimos al silencio.
Poco a poco, Angie reposó su cabeza sobre mi hombro y atrapó mi brazo entre los suyos. Besé su coronilla antes de reposar media cara sobre sus cabellos rojizos.
—¿Quieres ir a comer algo?—susurré.
—Sí.
—¿Qué cosa?
—...Trufas de oreo.
[...]
Estaba cortando un pedazo de pastel que había quedado en el refrigerador cuando escuché a mi niñera sentarse en uno de los banquillos del mesón.
—Si sigues así, vas a rodar.
—Quiero salirme un poco de la dieta de bailarín—reí.
—Sí...nunca fuiste de los que comen mucho.
—¿Ahora me cocinarás hasta que me salga papada?
Nani comprimió su carcajada. Fruncí el ceño ante su silencio tan inusual, moví los pies con nerviosismo, en espera de alguna palabra de su parte
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El monstruo dentro de sí
Teen FictionAlguien una vez me dijo que la vida es un escenario, que un escenario es un cielo lleno de estrellas, y que las estrellas somos nosotros. Pero ¿qué sentirías si tu estrella preferida empezara a apagarse y no pudieras hacer nada para salvarla? ¿Te qu...