Capítulo 18

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Más allá de las montañas, donde el sol se oculta y le da paso a la noche que cae sobre aquella ciudad donde nací, justo allí, en el horizonte lejano, podría encontrarse mi hermano.

Nunca dejé de pensarlo. Que un día tocaría la puerta de nuestra casa, con un abrigo que lo protegiera del frío y una maleta. Él nos sonreiría y nos abrazaríamos todos, como una familia unida.

Perdonaríamos y volveríamos a amar de verdad.

Pero mientras eso no sucediera, la grieta de su partida seguiría allí, con los viejos gritos, los regaños y los llantos, con los boletos de avión.

Siempre recordaba a Daniel cuando un problema se me presentaba, o cuando debía tomar una decisión importante; cuando necesitaba un consejo que solo un hermano mayor puede darte.

Angie reposó su cabeza en mi hombro, apretando la carpeta con los documentos que traía en mano. La sorprendí al decidir entrar a una universidad pública, y así guardar el dinero que mis padres habían ahorrado durante años. Ella solo me acompañaba a inscribirme.

El dinero sí alcanzaba para la inscripción en una universidad privada, pero la verdad era que, pagar no significaba que la institución era buena. Mi padre se había enojado un poco por la decisión, pero pronto dejó el tema de lado y decidió buscar la universidad pública con mejores reseñas de toda Carmarena.

—Oficialmente eres un universitario—canturreó mi novia en cuanto terminamos los trámites.

—Deberíamos festejarlo.

Angie alzó las cejas.

—¿En qué piensas, Hallward?—soltó con las mejillas rojas.

—Ir a comer.

—Oh...—no aguanté la risa al ver su rostro avergonzado.

Desde que empezamos a salir, Angie me hizo prometer que no la invitaría a un restaurante elegante, que las tienditas de postres y panaderías de los centros comerciales eran suficientes. No me molestaba cumplir con esa promesa, pues ahorraba dinero y de paso podía verla mucho más cómoda al comprar postres baratos.

—¿Quieres un poco de merengue?

Estuve a punto de responder cuando la pelirroja me dejó embarrada la cara de la mezcla. No podía enojarme al escucharla reír.

Durante el tiempo que caminamos por el centro de la ciudad, hablamos de banalidades acerca de cómo pensábamos que sería mi vida ahora que iba a entrar a la universidad. Fue bastante agradable estar con ella todo el día.

—¿Y cómo te ha ido con la psicóloga?—preguntó.

—Bien. Ha sido genial.

—Me alegra.

Cuando el día estuvo por acabar y volvimos a mi casa, Nani nos saludó desde la cocina mientras terminaba la cena.

—¿Necesitas que la lleve a casa?

—Oh, no, no—se apresuró a decir Angie—. Mis padres me dejaron dormir aquí si se nos hacía tarde.

Nani me miró arqueando una ceja.

—¿Va a dormir contigo?—investigó apuntándome.

—Eh..., sí.

—Santo Dios—suspiró dándose la vuelta.

Cuando por fin cayó la noche, ambos nos acurrucamos para ver una película y desvelarnos un poco, pero no duró mucho, ya que pronto me sentí en la necesidad de confesarle algo que venía rondando en mi mente desde hacía días; algo que solo podía hablar con ella.

El monstruo dentro de síDonde viven las historias. Descúbrelo ahora