Capítulo 1

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Aún recuerdo cuando pasó. Yo era un niño de ocho años bastante tímido, hacía mis tareas y atendía a la clase en silencio; no sentía la necesidad de hacer amigos. Iba a la escuela meramente a lo esencial: estudiar.

Pero quién diría que eso cambiaría al año siguiente, justo cuando estaba entrando a cuarto grado de primaria.

Como siempre, mi mirada paseaba por el patio de la escuela mientras hacíamos la columna para entrar al salón. Mis compañeros hablaban entre sí, decían que habrían chicos nuevos, o que habían ido a la playa en vacaciones. Un millar de cosas que no me interesaba escuchar ni comentar. Aún así, las vacaciones de esos niños sonaban divertidas, en cierta forma, pues yo me había tenido que quedar en una habitación de hotel mientras mis padres iban a reuniones con sus colaboradores.

Entonces el sonido de algo cayendo me sacó de mis pensamientos y bajé la mirada, una melena de cabellos color ladrillo fue lo que me encontré, era un niño acunclillado frente a mí, estaba recogiendo su cartuchera. Me percaté que un lápiz había rodado hasta mis pies y supuse que era de aquel niño, así que intenté inclinarme para recogerlo, pero justo en ese momento el chico de pelos de fuego alzó rápido la cabeza y nos dimos un trancazo.

Yo quedé con la barbilla adolorida.

Por su parte, él se quejó, llevándose las manos a la frente con gesto de dolor y alzó la mirada por primera vez; tenía los ojos tan azules como el cielo mismo, sus pestañas eran rojas y sus cejas igual, solo que un poco más oscuras, tenía las mejillas llenas de pequeñas pecas y lunares. Era de complexión pequeña y delgada, como un muñequito de trapo, incluso vestía ropa extraña; su camisa era de mangas hasta los codos, holgada, con un estampado de ratón. Nunca había visto una camisa así. Parecía salida de una tienda de niñas.

El pelirrojo me observó tanto como yo a él, su mirada urgó por mi cuerpo, hasta reparar en mi rostro, entonces rió de manera dulce.

«Si las risas fueran golosinas, las de ese chico serían las mejores»  Pensé.

—Me llamo Alan—dijo.

—Y yo Dylan.

Sonrió.

—¡Seamos amigos!—Arrugué los labios ante su propuesta, pero no hubo tiempo para negarle nada en concreto, pues había llegado el momento de entrar al salón.

¿Desde cuando cinco minutos se habían vuelto tan largos?

[°°°]

En mi mente una amistad se había traducido como que ese chico me acompañaría a jugar en los recreos y estaríamos juntos para los ejercicios de educación física. Fácil.

Pero no, no fue así. Alan era parlanchín, le encantaba contarme cada mínima cosa que veía mientras la clase avanzaba, y yo hacía lo posible para mantenerlo callado, ¡pero solo reía y seguía hablándome!

¿Acaso no tenía botón de apagado?

Yo solo quería escuchar la clase en paz, solo eso, pero él insistía en tomar mi mano para que atendiera a sus historias. Claro, no puedo decir que era un falta de respeto, ya que tendía a hablar cuando la profesora se volteaba en silencio mientras escribía en la pizarra.

Desde ese momento, Alan se hizo mi amigo. Terminé aceptando su presencia en mi vida ese diciembre, tras tres largos meses de fallidos intentos fingiendo demencia. Él no se rindió, se quedó allí contándome chistes e historias que le sucedían o que escuchaba decir a sus familiares. Hasta que ambos llegamos a un punto donde él respetaba cuándo debía hablar, y yo le prestaba total atención en cuanto ese momento llegaba.

Así, poco a poco empecé a agarrarle cariño a aquel rarito de cabellos rojizos enroscados en las puntas.

Quizá después de tanto dolor y oscuridad, sí podía seguir el brillo de una estrella.

[°°°]
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Bueeeeno, un capítulo corto para empezar con esta historia. ^^

GRACIAS POR LEER.

El monstruo dentro de síDonde viven las historias. Descúbrelo ahora