Capítulo 10

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Alan me había dicho que llevara algunos juegos de mesa y cualquier cosa que fuera capaz de crear distracción al hospital. Fui bien abrigado y con un par de canciones nuevas en mi celular. Los doctores me dejaron pasar a la sala; habían varias camillas en toda la extensión, pero solo una estaba ocupada, le sonreí a mi amigo y me senté en el colchón con él.

Él dio un suspiro y  amagó una sonrisa, había una bolsa con un líquido extraño que se le suministraba por un catéter pegado a su pecho.

—Eso es el medicamento para la quimioterapia—dijo.

—Ah, parece miel.

—Sí, pero créeme, no es dulce; eso duele como si todo el nido de abejas te picara.

—Diablos...

—Me voy a convertir en Hulk de tanta radiación—se burló, yo resople una risa y saqué de mi mochila las cartas de Uno.

Era la primera vez que lo acompañaba a una sesión de quimioterapia, no sabía qué debía hacer ni cómo debía actuar. Alan me contó que las sesiones podían durar hasta diez horas dependiendo de lo que recomendara el oncólogo. Pasadas las horas, noté que el Alan risueño se iba esfumando poco a poco, dejando a un muchacho moribundo y cansado en su lugar.

Quise distraerlo preguntándole algo, así que inspeccioné el lugar con la mirada; éramos los únicos allí, lo que me pareció extraño teniendo en cuenta las camillas de alrededor.

—¿Eres el único aquí?

—No. otra chica tiene el mismo horario de quimio que yo—respondió avanzando su ficha de perrito.

—¿Y dónde está?

Alan alzó la mirada y la posó en la camilla siguiente a la suya. Luego me miró esbozando una sonrisa triste.

—Dejó de venir hace una semana...

Abrí la boca para disculparme, pero él e ncogió sus hombros y me invitó a seguir jugando.

Pasado un rato, su piel se volvió enfermiza y los ojos se le aguaron, estaba nauseabundo y mareado, pero intentaba concentrarse en el juego de Monopoly.

—¿Qué pasa?—pregunté cuando se quedó en silencio y con la mirada abrumada—¿Alan...?—su arcada me interrumpió y sentí un líquido caliente ensuciando mi pantalón. El olor del vómito me hizo fruncir el ceño, pero no me aparté, tan solo le di unas suaves palmadas en la espalda.

—Perdón...

—Tranquilo.

El pelirrojo se quedó unos segundos con la cabeza reposada sobre mi hombro antes de enderezarse. Titubeó cuando fruncí los labios al ver mi pantalón.

—Hay un baño... Por allá—y señaló la esquina de la sala—. Puedes lavarlo, te prestaré uno mío.

—Bien.

Cuando volví, me quedé en suspenso al ver a un hombre alto y de contextura fuerte hablando con Alan; un doctor, quizá. Mi amigo pareció suspirar y asintió con tristeza a lo que dijo el hombre, el señor de cabello avellana le dio unas palmadas al hombro de mi mejor amigo y se fue.

Caminé con cautela hasta la camilla y le pregunté qué le dijo, Alan se hizo el sordo y sacó un mazo de cartas españolas de mi mochila. Volví a preguntar, tomando su mano con fuerza.

—Era el padre de Robert, es mi oncólogo.

—Vaya coincidencia.

—Sí. La cosa es que...el cáncer está deteniéndose, ya sabes, como que no me está matando tan rápido. Quizá en septiembre me hagan una lobectomía.

El monstruo dentro de síDonde viven las historias. Descúbrelo ahora