Capítulo 17.

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Suspiré mientras temblaba bajo mi camisa y sacaba mi celular del bolsillo de mi pantalón. Solo a mí se me ocurría no llevar suéter a un hospital.

Le di un vistazo al mensaje que Alan me había mandado unos días atrás con el número de piso y habitación a la que lo habían transferido. Entré junto a un doctor al elevador y marqué el número cuatro.

Después de aquel día en el que creí que mi mejor amigo había muerto, él había empezado a mejorar, según me contó.

«—Te juro que sentí que ese día me iba a morir. Pero saliste corriendo y dije “Joder, no puedo morirme hasta decirle lo pendejo que es”.»

Intenté inútilmente disimular mi sonrisa, lo que distrajo unos segundos al doctor a mi lado. En cuanto salí, me detuve bajo la entrada principal al área que me había dicho Alan y leí la inscripción sobre las puertas.

«Cuidados paliativos y de hospicio.»

Tragué saliva mientras empujaba las puertas suavemente. Después de un pasillo, había una especie de sala común donde se hallaban como una docena de ancianos sentados en mesas jugando cartas o simplemente reposando en sus sillas de ruedas a un lado de las ventanas. Estuve a punto de irme cuando una señora me tomó de la mano.

—¿Eres tú, Theo?—dijo en voz cariñosa y añorante. Yo no supe qué responder, paralizado. Pero para mi suerte, una enfermera se acercó y alejó a la señora de mí con suma delicadeza.

—Él no es Theo, señora Alicia.

—¿No lo es...? Pero—la anciana hizo un puchero con los labios arrugados—, ¿cuándo volverá?

La enfermera reprimió un suspiro, pero sin mostrarse realmente dolida.

—Pronto, Alicia. Pronto.

Sentí el pecho tan apretado que supe que era el momento de dirigirme hacia mi objetivo inicial. Y tras buscar unos momentos entre el pasillo de habitaciones, encontré la de Alan; él estaba adentro, envuelto en varias mantas viendo televisión. Lo encontré llorando. Sin decir una palabra, clavé la vista en el televisor y alcé las cejas.

—¿En serio? ¿Estás llorando con “Como si fuera la primera vez”?

—¡Él la enamora todos los días!—Sollozó—. Además, al final de la película suena Somewhere over the rainbow.

—Ah, ya veo—dije y me senté a su lado. Intenté concentrarme en la tv, pero sentía la necesidad de preguntarle, así que toqué su hombro con un dedo.

—¿Qué?

—¿Qué significa “cuidados paliativos y de hospicio”? ¿Y por qué te transfirieron aquí?

Alan tomó aire con las cejas arqueadas, sin dejar de mirarme. Capté la duda en sus ojos por una milésima de segundo, pero no se esforzó por ocultarla. Se rascó la nuca; unos días antes había decidido echar todo el cabello que le quedaba abajo porque, según él, odiaba ver las entradas y los puntos calvos entre su cabello.

—Paliativos son cuidados para la vida; para gente que no se puede cuidar sola y necesita atención constante, como los viejitos con alzheimer y eso—se mordió el interior de la mejilla—. Y cuidados de hospicio es para cuando ya te estás muriendo, para que no te sientas solo ni mal físicamente.

Guardé silencio unos instantes.

—Supongo que tú estás...

—...por cuidados de hospicio. Sí.

—Pero, no entiendo, tu tumor se había encogido.

El pecoso jugó con el borde de las sabanas.

El monstruo dentro de síDonde viven las historias. Descúbrelo ahora