«—¡N-No puedo, Alan! No puedo solo pensar que todo va a estar bien cuando no sé ni siquiera qué voy a hacer cuando mueras...¿Qué va a pasar entonces, cómo va a ser la vida sin ti?
Alan suspiró, me sentó en una de las sillas de su habitación, viendo a la puerta.
—¿Qué hay tras esa puerta, Dyl?
—Uhm... Un pasillo...
—Más allá.
—Una calle..., gente...—apreté el reposa brazos, sabiendo hacia donde iba la conversación—. El mundo.
—Y siempre será así, Dyl...Siempre voy a escucharte, y siempre estaré contigo. Solo que...del otro lado de la habitación.»
Abrí los ojos, cansado. Le di una sacudida al despertador de mi mesa de noche por no haber sonado, luego tanteé hasta el último cajón, rozando la superficie lisa de la madera. Lo abrí en silencio y busqué a ciegas las navajas.
No estaban.
—¿Qué...?
Revisé cada cajón y estante de mi cuarto, pero no había nada, incluso habían desaparecido las tijeras de mi escritorio. Bajé las escaleras hasta la cocina de sombría soledad, acaricié el granito del mesón, abriendo el gabinete de los cubiertos; faltaban los cuchillos.
Me quedé unos momentos, pensando.
Busqué con la mirada el soporte de cuchillos que usaba Nani para cortar el pollo y las carnes, pero también estaba desaparecido.
«¿Qué está pasando?»
Una idea cruzó mi mente, acalorando mi cabeza. Me guié hasta el cuarto de lavado, donde al buscar, no habia ningún tipo de detergente, ni limpiador de pisos, ni cloro. Y al girar la cabeza hacia la derecha, faltaban las hamacas de la habitación de descanso.
Intenté respirar, ahogado.
Escuché los pasos de mis padres acercarse a la cocina. Me miraron con expresiones preocupadas.
—¿¡Qué es todo esto!?—ladré.
—Dyl...—empezó mi madre, yo me agarré la cabeza, tirando de los mechones de pelo, llorando de la rabia.
—¡No! ¡No debieron hacerlo, esto está mal! ¿Cuándo me darán responsabilidad de algo?
—Dylan, esto no se trata de responsabilidad. Es tu vida de la que hablamos—sentenció mi padre, yo lo miré con ojos furiosos.
—¡Se supone que debía aprender a controlarme! ¿Cómo lo haré si me ponen el camino fácil?—repliqué alzando la voz. Mi madre apretó los labios, temblorosa, se llevó una mano al pecho y la otra a su rostro para secar sus lágrimas.
—No queremos que te mueras, Dylan.
—¡No pensaba hacerlo!
—¿¡Entonces por qué ibas a agarrar las navajas!?
Me quedé callado, desvié la mirada hacia donde antes estaban las hamacas que eran alumbradas por los rayos del sol a esas horas de la mañana gracias a los tragaluces del techo. Era cierto que no iba a intentar nada cuando metí la mano en el cajón, pienso que fue simple costumbre, quizá. Pero, ¿quién me creería? ¿Quién confiaría en mi después de todas las veces que metí la pata hasta el fondo?
Me senté en una de las sillas del comedor, pero no recibí ningún regaño ese día, tampoco en toda la semana, y probablemente no lo harían en todo el mes.
Supongo que mis padres no querían tocar el tema de la muerte de Alan para no echarle leña al fuego, pero sé que a veces me miraban con tristeza cuando deslizaba las fotos de mi celular; de seguro mi expresión de nostalgia extrema gritaba "No me toquen, estoy recordando", pero yo siempre necesitaba de un abrazo.
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El monstruo dentro de sí
Roman pour AdolescentsAlguien una vez me dijo que la vida es un escenario, que un escenario es un cielo lleno de estrellas, y que las estrellas somos nosotros. Pero ¿qué sentirías si tu estrella preferida empezara a apagarse y no pudieras hacer nada para salvarla? ¿Te qu...