Habían pasado unas semanas desde que Angie y yo habíamos formalizado nuestra relación, también se lo contamos a nuestros amigos. Por fin se cumplía una de mis metas más anheladas: estar con la chica que me gusta en una relación plena. Alan incluso aplaudió cuando se lo conté y me dedicó una extraña sonrisa.
Había empezado mayo, las flores se abrían todos los días desprendiendo sus dulces aromas y los pájaros empezaban a esconderse en sus nidos por mucho más tiempo para cuidar de sus huevos o polluelos recién nacidos. A veces llovía suavemente, un rocío que refrescaba el día.
Mis estudios iban con viento en popa, lo que me quitaba bastante estrés de encima, y aunque mi proyecto final no estaba siendo hecho por mí, me sentía orgulloso de, al menos, sacar buenas notas.
Mi padre me acompañó a una tienda de productos de danza porque Nani había salido a comprar comida, se veía un poco incómodo entre tanta “feminidad”, pero yo me entretenía charlando con las chicas que ya habían frecuentado el lugar para comprar zapatillas, calentadores, y otras cosas. Pagué lo que elegí, recibiendo un elogio del chico de la caja; le di poca importancia a su piropo de doble sentido y me encaminé hacia la salida.
—Si a mi yo de tu edad le dijeran eso, de seguro le patearía la cara de maricón.
Me removí en el asiento de cuero de copiloto. Ahora yo era el incómodo.
—Fue solo un piropo—farfullé.
Mi padre hizo un movimiento con la cabeza y encogió los hombros.
—Bueno, yo solo decía. De joven era bastante impulsivo, no soportaba a los gays.
—Ni tan joven—gruñí. Sentí su mirada clavarse en mí cuando aparcó el auto en el estacionamiento.
—¿Qué?
—Ya eras adulto cuando echaste a Daniel—Sentí la sangre hervir en mis venas, sazonada por un fuerte rencor alimentado por su silencio repentino y, a mi parecer, estúpido.
—Dylan—se rascó la barba rasposa y acarició el volante—. Daniel y yo tuvimos un gran problema que se nos salió de las manos...
—El problema, sí—escupí en tono ácido—. El problema llamado Jonathan.
Él abrió la boca para replicar, pero la cerró, arrepentido.
—“Córtate el cabello”, “no te arregles tanto”, “pareces un marica”, “solo es una fase”. Le rompiste el corazón, ¿sabes?—me mordí el interior de la mejilla—, ¿Qué creías, que él no lloraba por eso, que yo no te escuchaba?
—Dylan, estábamos pasando por un mal momento...
—¡¿Por la muerte de Dion?! O sea, tus otros hijos no importaban; tenías que comportarte como una mierda para que murieran también.
Supe que había llegado muy lejos con las garras de mi resentimiento cuando éstas tocaron una fibra sensible para todos nosotros. La nariz de mi padre se puso roja y me di cuenta que era hora de entrar a la casa para darle un momento a solas. Salí de la camioneta y cerré la puerta, pero sin tirarla. El nudo en mi garganta me asfixiaba y mis ojos se nublaron bajo una capa de lágrimas.
La voz de Nani me hizo voltear mientras abría la puerta principal, pidió que le ayudara con las bolsas del mercado, y yo obedecí con los dedos adormecidos.
Mi nana soltó un grito cuando escuchó el estrépito detrás suyo. La salsa de tómate se había caído de una de mis bolsas y ahora estaba regada por el piso de la sala. Ella caminó hasta mí en dos zancadas y me preguntó si estaba bien.
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El monstruo dentro de sí
Roman pour AdolescentsAlguien una vez me dijo que la vida es un escenario, que un escenario es un cielo lleno de estrellas, y que las estrellas somos nosotros. Pero ¿qué sentirías si tu estrella preferida empezara a apagarse y no pudieras hacer nada para salvarla? ¿Te qu...