Capítulo 15.

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—¡Oh, por Dios, es más pequeño de lo que creí!—dijo Alan.

—Sí, porque es un diploma impreso en una hoja de fotografía—reí.

Briana y yo habíamos decidido ir a visitar a Alan al hospital apenas saliéramos de nuestro acto de grado, llegamos con unos birretes hechos de foami, nuestro diploma y medalla. Venecia no nos acompañó, ya que su familia la llevó a almorzar en un restaurante como premio.

—Para lo que pagamos, esto es muy vago.

—Al menos las medallas son de buena calidad—comentó Briana mientras masticaba un caramelo.

—Ay, en serio quería ir—lloriqueó el pelirrojo—. Supongo que no me preparé bien para mi tesis...—yo le di unas palmadas a su hombro.

—Podrías escabullirte con nosotros a la fiesta de graduación.

Alan miró a la robusta con los ojos entrecerrados y señaló el ventilador de oxígeno a un lado de la camilla.

—Claro, reina, ese será mi accesorio. Seré la sensación.

Cool.

Alan chasqueó la lengua y me miró, bajó la mirada hasta mis clavículas, donde aún quedaban marcas de aquella noche aterradora en la cabaña. Arrugó el entrecejo con culpabilidad de haberme hecho daño, pero yo le sonreí en un intento de mejorar su ánimo.

—Oye, son cicatrices sexys.

Él resopló una risa.

—Lo son.

Nos sonreímos.

Después de burlarnos de las fotos rápidas que tomamos durante el acto de graduación del colegio, nuestras risas fueron interrumpidas por la llegada del padre de Robert, que traía consigo una carpeta manila.

Hacía ya una semana que habían trasladado a Alan al hospital donde normalmente se trataba, pero mi padre seguiría pagando hasta que no se necesitaran más cuidados.

—¿Doctor Doubront?

—Alan—empezó—. Traigo noticias sobre tu cáncer—expresó, caminando con tranquilidad hacia la camilla. Alan apretó mi mano bajo las sábanas.

—Bueno, lo...lo escucho—dijo nervioso.

—Hicimos varias tomografías y análisis de sangre, como ya sabes. Aún no podemos quitarte la quimioterapia, pero...—fue mi momento de tensarme cuando el hombre sacó la placa de la carpeta. Yo no sabía qué había en la placa, no sabía cómo se veía un tumor; para mí todo eran cosas negras y blancas.

Alan se inclinó hacia adelante con los ojos bien abiertos, llevándose una mano a la boca.

—Dios mío...—exclamó en un hilo de voz tras unos segundos.

—¿Qué?—volteé a verlo—¿Qué significa? ¿Es algo malo?

—El tumor...—Sollozó Alan—. Míralo, está... Oh, Dios Santo—se encorvó en sí mismo entre sollozos y risas.

Briana y yo miramos al doctor con gran confusión, hasta que él nos sonrió, volviendo a señalar la placa, señalando un pequeño punto blanco.

—Se encogió.

Esas dos palabras hicieron que se me erizara todo el cuerpo. Briana gritó una grosería en tono de júbilo, pero yo solo podía quedarme estático allí, con las lágrimas corriendo por mi cara y mi mano bien entrelazada con la de Alan.

Sentía mi pecho lleno de fuegos artificiales que me hacían cosquillas en la boca del estómago, causando gran felicidad.

La morena y yo abrazamos al más bajito, dejando besos sobre su frente y desordenando el cabello que le quedaba.

El monstruo dentro de síDonde viven las historias. Descúbrelo ahora