Le di unos golpecitos al escritorio de mi cuarto, escuchando a Briana en la videollamada. La morena se frotó los ojos y bostezó.
-¿Ya hay algún donador?
-No, todos son mensajes de aliento-suspiré-. Puedes irte a dormir si quieres, tus clases empiezan en unas horas.
-Nooo, debo quedarme contigo hasta que alguien done...-lloriqueó.
Reposé mi frente sobre la madera del escritorio, cansado. Habían pasado casi tres semanas desde que habíamos publicado los vídeos de los niños en la página, pero aún nadie se dignaba a donar, aunque lo hayamos compartido en todas partes. Después de media hora más de leer mensajes tristes, decidí mandar a dormir a mi pobre amiga, dejando la página abierta por si, milagrosamente, llegaba algún mensaje esperanzador.
Ese mismo día volví al hospital y visité de nuevo a los niños hospitalizados, la mayoría ya me conocía y les era fácil desenvolverse conmigo, pero aún así había una persona que le seguía repugnando mi presencia.
-Deberías dejar de intentar-masculló Diana mientras coloreaba sin mucha paciencia una flor-. Todos sabemos que te irás, no somos idiotas.
-Tienes una manía de decirme estas cosas cuando el doctor Doubront no está, ¿no crees?-solté, sentándome frente a ella en la mesa redonda del centro, ella chasqueó la lengua con sorna.
-¿Qué? ¿Se lo vas a decir, niño llorón?
-No tengo porqué.
Ella rodó los ojos, luego miró mis muñecas.
-Eres medio imbécil, ¿no? Cortarlas de forma horizontal no servirá, debes...
-Cállate.
Diana alzó las cejas, sorprendida ante mi arrebato, pero pronto volvió a torcer esa sonrisa de zorro malicioso.
-¿Te dolió?
-Sí, así que mejor haz silencio.
-¿Sabes? Tengo una forma para que la gente empiece a donar en tu página de mierda-me sorprendió su tono divertido y entusiasta.
-¿En serio?
-Sí-asintió, sonriendo-. Solo debes tener fe en que pasará, ir a la azotea del hospital, y lanzarte. Quizá en otra vida no la cagues tanto.
Fruncí el ceño, ella se carcajeó con malicia, sonriendo de forma angelical en cuanto el padre de Robert volvió a entrar a la sala. Doubront nos sonrió.
-Veo que se llevan mejor, ¿eh?
-Claro, señor Alexander, justo le di un consejo a Dyl para que progresara en su trabajo-sonrió ella.
No dije nada, tan solo asentí dibujando una sonrisa tan falsa como la de ella. Al salir de allí, fui al ascensor rumbo a la habitación de Alan. Empecé a sentir mis pies muy pesados y la cabeza acalorada, así que cerré los ojos, intentando respirar hondo antes de abrir la puerta.
-¡Oooh! ¿Listo para nuestra salida de hoy?-me dijo entusiasmado mi pecoso amigo.
-Aún no sé cómo vamos a ir, el auto de Robert quedó hecho trizas-el mayor levantó la cabeza de su celular y se apresuró a aclarar:
-Usaremos el de mi padre.
-¿Te dejará conducir su auto después de lo que pasó con el tuyo?
-Bueno, papá no compró mi auto, así que... Creo que está feliz de que ya no lo tenga.
Arqueé una ceja.
-¿Quién te lo compró?
Robert se mordió los labios, dándome una mirada chistosa.
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El monstruo dentro de sí
Teen FictionAlguien una vez me dijo que la vida es un escenario, que un escenario es un cielo lleno de estrellas, y que las estrellas somos nosotros. Pero ¿qué sentirías si tu estrella preferida empezara a apagarse y no pudieras hacer nada para salvarla? ¿Te qu...