Epílogo

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—...Y el resto ya lo sabes.

Jonathan parpadeó con lentitud, girando su bolígrafo entre sus dedos largiruchos.

—Vaya... Él me dijo en sus correos que debía escuchar tu versión de la historia, pero sinceramente no creí que fuera así.

—Sí—suspiré.

—¡Papá, mamá está haciendo tu pastel de cumpleaños! ¡Estás viejo!

—Alan...—reí—. No creo que treinta y cinco sea tan viejo.

—¡Sí lo es!—gritó su hermano.

—¡Tío Jonathan, dile a papá que es viejo!

—¡Tonto, el tío Jonathan es más viejo!

—¡Oh!

Les dije a ambos gemelos que se fueran con Angie mientras yo hablaba con el pelinegro. Jonathan volvió la vista a su cuaderno unos segundos, mordiéndose la mejilla.

—Cuando Alan me preguntó si conocía a Daniel, me quedé anonadado. Me inspiré mucho al oír su historia; la de ambos—se le escapó un suspiro—. Hubiera sido genial conocerlo.

—Sí—murmuré mirando la ventana—. Jonathan, ¿por qué tardaste tanto en preguntarme?

El hombre me sostuvo la mirada, arqueando sus gruesas y abundantes cejas negras, recostó la espalda del sofá en el que estaba sentado y se acomodó el saco.

—Tenía miedo.

Alcé las cejas.

—Alan me dijo que si quería hacer un personaje específico en la historia, debía conocerlo y escuchar su versión de la historia; y la verdad es que me asustaba eso, que tú fueras esa vista.

—Bueno, a mí también me aterraría sabiendo que el libro se llama El chico que danzaba con la muerte.

Ambos reímos.

—Sí.

Miré la ventana de nuevo, Briana estaba llegando junto a Venecia, recibiendo abrazos de Alan y Allois. Escuché a Daniel hablarle a Phillip desde la cocina. Jonathan sonrió con disimulo, pero algo entristecido; claro, haber escapado con Daniel de jóvenes y embarazar a una chica años después había quebrado su relación, pero no su amistad.

Phillip había sido adoptado por ambos antes de separarse, al encontrarlo envuelto en una manta al lado de un basurero.

—Dylan—me llamó él. Yo volteé—. Dime, para ti todo eso fue como una lucha, ¿verdad?

Briana abrazaba con cariño a mis hijos, y Angie parloteaba con Venecia y Nani. Daniel reía junto a su hijo en la cocina, intentando hacer pastelitos.

Sonreí sin darme cuenta.

—Sí—suspiré—. Fue como una guerra...una guerra contra el monstruo dentro de sí.

Jonathan asintió con semblante taimado. Me levanté de mi lugar, sin dejar de mirar la ventana.

—¿Quieres ir a saludar?—le pregunté.

—Claro.

—Bien—sonreí.

[...]
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No tengo palabras para expresar lo feliz y trsite que estoy de haber acabado esta historia.

Aunque probablemente la vuelva a subir para arreglar el problema del orden de los capítulos y arreglar un par de errores.

Estoy muy agradecida con ustedes por acompañarnos en este viaje, mis agradecimientos serán siempre infinitos para ustedes, quienes votaron, leyeron y me hicieron reír con sus comentarios.

Los amo, tesoritos, nos veremos en otra historia

El monstruo dentro de síDonde viven las historias. Descúbrelo ahora