Capítulo 21

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Ya me había acostumbrado a dormir en el sofá de la habitación de Alan en el hospital; no me parecía incómodo, y el frío constante tan solo me dejaba sumirme en un sueño profundo.

Robert iba de visita casi todos los días, así que nos entreteníamos con juegos idiotas.

-¿Verdad o reto?

-Verdad-suspiré con media cara contra la almohada.

El mayor se llevó una mano a su barbilla, rascando.

-¿Tienes alguna enfermedad venérea?

Alan se ahogó con el jugo que estaba tomando y empezó a reír como retrasado antes de mirarme.

-¿Tienes una, no es así?-comentó mi amigo-. Me lo dijiste una vez.

-La toxoplasmosis no es venérea, animal-gruñí.

-¡Pero no tienes gatos!

-No, pero mi mamá la contrajo cuando estaba embarazada de mí, así que yo podría ser estéril o tener algún daño allí abajo.

-Diablos, mi mejor amigo tiene disfunción eretil...

-¡Eso funciona bastante bien!-chillé con las mejillas rojas y le lancé una almohada a la cara.

Robert rió.

-Bueno, bueno-rió el de ojos azules-. Creo que Angie tiene pruebas de que sí funciona bien. Que tienes...¿Cómo dijo? "Potencia".

-Es horrible tener esta edad, parezco una manguera de leche a presión-lloriqueé.

-Yo me identifico con un vaso-comentó Alan-. Ya sabes, porque a mí llenan de lech...

-Ya entendimos-le cortó Robert.

Recuerdo haber caminado por la calle donde vivían los padres de Alan, nervioso. Mi padre me había comentado algo sobre los gastos de Alan en el hospital, y que parecía que Gabriel y Kenia habían estado intentando tranferir dinero a la cuenta de mi padre como un "agradecimiento", o quizás un pago por ayudarlos. Así que tuve que ir a su casa a aclararles que no tenían por qué preocuparse por devolver el dinero.

Casi pego un brinco cuando vi a la persona que me abrió la puerta. Angie me observó con curiosidad, pero distanciada.

-Hola.

-Hola-balbuceé. La pelirroja metió las manos en los bolsillos de su pijama.

-¿Cómo...?

-¿...estás?

-¡Bien!-dijimos al unísono, nos miramos incómodos y desviamos la mirada.

-Vine a hablar con tus padres-murmuré-¿Están en casa?

-Ah, s-sí

Kenia me miraba raro, y los ojos de Gabriel se clavaban en mí como dos hachas gigantes ¿Lo sabían? Bueno, tal vez Angie se los dijo ese día. Tal vez me odiaban. Nueve años de amistad se habían ido a la mierda.

Los padres de Alan insistieron en que debían pagar lo gastado, pero yo negué todas las veces, alegando que mi padre no iba a aceptar su dinero. Al final, accedieron, resignados. Les dije que era momento para pagar las deudas que tenían y llenar un poco más el refrigerador.

Cuando estuve por irme, Angie me interceptó en la puerta de nuevo. Ambos estábamos incómodos, ella jugaba con sus pies, como si quisiera decirme algo.

-Dyl...

-Te amo.

Los ojos de la muchacha se abrieron de la sorpresa, balbuceó algo ininteligible antes de fruncir el ceño.

El monstruo dentro de síDonde viven las historias. Descúbrelo ahora