Capítulo 16.

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Esa madrugada me quedé pensando sobre mi cama, después de casi dos semanas de la confesión de Alan el día de la graduación, no habíamos tocado el tema desde ese día y creo que a él ni le importó buscar un momento para hablarlo. Después de todo, le podíamos decir a cualquiera que lo amábamos.

Me senté, recostando la espalda de la pared y pensé que sería buena idea masturbarme para conseguir dormir. Pero justo antes de decidir mi placentero destino, mi celular vibró sobre la mesa de noche, me quedé un poco extrañado. Dudé en si tomarlo o no, y como no volvió a hacerlo, me acomodé para meter mi mano entre mi pantalón; en cuanto levanté la liga del borde de la tela, el aparato empezó a vibrar con insistencia.

Contesté la llamada algo malhumorado sin siquiera ver el nombre.

—¿Quién...?

—Dylan...—Fruncí el ceño al escuchar la quebradiza voz de Robert al otro lado de la línea—, soy yo, Robert.

—Dime—murmuré estirándome.

—Dylan, necesito que escuches con atención y, por favor, no te alteres...

—Me estás asustando.

El muchacho reprimió un sollozo que me caló los huesos.

—Dylan, Alan tuvo un paro respiratorio.

Sentí todo el hielo del planeta caer sobre mí antes de ser lanzado al frío abismo del hoyo más profundo de la Tierra. Me incliné hacia adelante con náuseas, sudando frío.

—¿Y qué pasó?—solté, ahogado.

—Lograron reanimarlo, pero...—el mayor hizo una pausa—. Dicen que quizás no sobreviva.

Después de oír aquellas palabras solo podía pensar en el tiempo que estaba perdiendo mientras buscaba el primer pantalón y me colocaba el suéter de Daniel, corrí y abrí la puerta de la habitación de Nani; la mujer se despertó de un brinco.

—¡Tenemos que ir al hospital, rápido!—sollocé. Ella no dijo nada, solo se levantó a vestirse. Mientras bajaba las escaleras un trueno rugió desde las alturas del cielo, haciendo temblar el techo.

El viento helado y húmedo golpeó mi rostro al abrir la puerta principal, di un a zancada larga hasta el camino de baldosas sin percatarme de lo mojadas que estaban por la lluvia; caí golpeando mi espalda con el filo de los escalones de la entrada y proferí un grito.

—¡Dylan!

—¡Ve a prender el auto!—vociferé enderezándome con dolor.

Cuando mi niñera sacó el vehículo del garaje y se estacionó frente a la casa, abrí la puerta sin delicadeza. Estuve que a punto de entrar, pero la voz preocupada de mi madre me detuvo. Giré sobre mis talones, con las gotas de lluvia golpeteando mi cabeza.

—¿A dónde vas? ¡Está lloviendo a cántaros!—sus ojos de cachorro me estrujaron el corazón.

—Dylan, ¿qué haces?—demandó mi padre.

Cerré los puños con fuerza.

—Debo ir al hospital con Alan. Debo estar con él, se está muriendo—expliqué listo para entrar al vehículo.

El monstruo dentro de síDonde viven las historias. Descúbrelo ahora