Nota de multimedia: esta canción me ayudó a describir una parte especial del cap sobre Alan, así que, si quieren (y pueden) se la escuchan.
[...]
Recuerdo muy bien mis doce años porque fue una época donde pasaron muchas cosas, entre ellas está la primera vez que mis padres me dejaron dormir en una casa ajena. Ya habían hecho todas sus investigaciones y hasta casi les hicieron una entrevista a los padres de Alan. Todo me parecía ridículo, siempre estaban trabajando y se olvidaban de mí, pero a la hora de que yo quería hacer algo, ellos siempre estaban allí poniendo excusas.
Alan era mi mejor amigo, y hacerle una entrevista a sus padres solo para dejarme dormir una noche en su casa era algo extremo. Me sobreprotegían demasiado, pero tenían esa doble moral de olvidarse de que yo existía.
Al final sí logré hacer la pijamada, nos divertimos, comimos dulces que preparó la mamá de Alan, tomamos mucho jugo y jugamos videojuegos hasta que llegó la hora de dormir.
Fui con él hacia el parque al día siguiente, con un leve dolor en el brazo izquierdo por estar aprisionado bajo el cuerpo de Alan, que desde pequeño le gustaba dormir boca abajo. Yo era más del tipo de persona que lo podías confundir con un cadáver al dormir, me gustaba dormir boca arriba, y en una cama tan pequeña como la del pelirrojo, terminamos pareciéndonos a dos costales de papas casi tirados uno sobre otro. Mientras estábamos en el parque jugando vóleibol, noté la azulada mirada de la hermanita de Alan seguirme; ella no paraba de verme con esos redondos ojos, y yo, en consecuencia, terminé mirándola también.
—¡Oye! ¿No me vas a pasar la pelota, o tengo que pedirte permiso?
Reaccioné entonces.
—¿Ah? No, es que...—apreté la pelota con la yema de mis dedos—, ya no tengo muchas ganas de jugar.
Alan frunció la nariz mientras arqueaba una ceja. Yo seguía viendo la pelota entre mis manos, confuso. Me sentía algo perdido y centrado a la misma vez.
—¿Vale...?
[...]
Al abrir las puertas de vidrio de la academia, asegurándome de que mi envase de agua estaba bien cerrado, Alan me abordó entre risas junto a cuatro niñas de la clase. Yo les sonreí amenamente. Mi mejor amigo me tomó de la mano, sonriendo con emoción.
—¿Listo para entrar a nuestro secreto?—el destello de sus ojos removió algo raro dentro de mí.
—Claro...
Llevábamos ya dos años guardando aquel “secretito”. Y como yo no tenía amigos reales a los cuales podérselo contar, se me hizo bastante fácil, pero Alan era muy hablador para mantener la promesa que él mismo inventó.
Al principio me incomodaba, porque había crecido con el estereotipo que me inculcó mi padre de hacer "cosas de hombres", pero vamos, yo adoraba estar en un salón con 20 chicas en mallas.
Alan y yo siempre practicabamos en una barra justo en el centro del salón, como si nosotros dirigiéramos la clase de ballet. Él iba delante de mí, por su estatura.
—Mete la cola—le corregí.
—Mi colita es así, no puedo hacer mucho—reprochó.
—Busca cómo, no se ve perfecto.
Él soltó una carcajada, pero yo procuraba mantenerme serio siempre en la clase, pues nuestra maestra era bastante ruda.
Para ese momento, Alan y yo ya habíamos participado en numerosos recitales, siendo yo siempre el príncipe de los espectáculos, o algún derivado del personaje. La profesora Kelly siempre recalcaba que mi técnica era pulcra, que tenía la fuerza para hacer cada movimiento de manera exacta, aunque no transmitiera emociones con mi rostro.
ESTÁS LEYENDO
El monstruo dentro de sí
Teen FictionAlguien una vez me dijo que la vida es un escenario, que un escenario es un cielo lleno de estrellas, y que las estrellas somos nosotros. Pero ¿qué sentirías si tu estrella preferida empezara a apagarse y no pudieras hacer nada para salvarla? ¿Te qu...