Capítulo 5

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—¡Te dije que nos invitaron!—me gritó Alan—. De veras que a veces no haces caso...

—No es que no haga caso, es solo que mi mente desecha cosas que no sean importantes.

—¿Pero cómo no va a ser importante ir a una fiesta? Estamos en último año, después de la graduación, adiós libertad. Hola, universidad—se quejó.

A pesar de que solo había pasado una semana desde que nos había dicho su condición, no cambió su forma de ser. Parecía como si no le afectara, como si solo tuviera una gripe. ¡Pero el cáncer no era solo eso! Me era frustrante ver su desinterés en sí mismo.

—Yo voy—comentó Venecia.

—¿En serio?—la morena sonrió con emoción y chocó los cinco con Alan.

—¡Me alegra que vayas, así será más divertido!—Él volteó a verme—. Vamos, Dylan, accede a ir, ¿puedes?

—Sabes que no me gustan las multitudes...

Tomé un sorbo de mi refresco mientras Alan y Briana me daban razones para ir a la fiesta, aunque no les estaba prestando bastante atención, mi vista se quedó en el banco de enfrente, donde estaba sentada Angie junto a sus amigas. No podía oírla reír, pero tan solo ver sus gestos me bastaba para sonrojarme. Un bullicio me sacó de mi momento cuando un grupo de chicos de nuestro mismo año, pero de la sección B pasaron al lado.

—¡Robert, sacaste la nota más alta, de nuevo!

—¡Excelente racha!

Todos rodeaba al más alto, emocionados como perros hambrientos viendo a su dueño con comida. Aunque el castaño no se veía del todo feliz, estaba mas bien abochornado. Le conocía, era la clase de chico imponente pero amable, ese que ayuda a todos con sus tareas, que evita las peleas, que es capaz de sacar la nota más alta en un examen terrible. El chico perfecto.

En el instituto había bastantes personas con apellidos reconocidos o extravagantes, casi todos teníamos antepasados de otros países, o padres que dirigían compañías. Éramos una jerarquía. Habían reyes con grandes reinos, y otros con pequeños pueblos.

Robert Doubront; había escuchado rumores excesivamente dramáticos de él. A pesar de estar en un grado rodeado de chicos de 17 años, él tenía 19. Y ahí es donde la bestia del chisme se formaba y se regaba como una enfermedad; todos esos seguidores que tenía, que alegaban ser sus amigos, resultaban ser espías del monstruo en busca de un error para alimentar los rumores. Hasta donde sabía, decían que a sus quince años tuvo un serio problema con las drogas y dejó de ir a su escuela anterior por dos años, por eso se atrasó tanto.

Pero el muchacho no parecía para nada alguien que se enrollaria en eso, o al menos esa vibra daba.

Mientras el chico se sentaba en un banco a comer, rodeado de sus compañeros, pude sentir un silencio, cuando volteé me encontré con Briana y Venecia mirando a Alan de manera extraña, casi coqueta, pero él tenía la mirada perdida en el chico de antes. Alcé una ceja y pasé mi mano frente a su rostro, él respondió con un respingo.

—¿Qué...?

—¿Qué le veías a Robert?

—¿Ah, yo? No, no lo veía... Estaba teniendo un viaje astral—y rió.

—Si a eso se le llama viaje astral...—murmuró la morena. Alan le pegó en el hombro y esta soltó una carcajada.

Yo seguía confundido, Venecia me veía desde su sitio con compasión, y era raro que lo hiciera. Yo no estaba entendiendo nada, pero algo en mi cabeza me susurraba una hipótesis.

El monstruo dentro de síDonde viven las historias. Descúbrelo ahora