Muchos afirmaban conocer el infierno. Sin saber que sus experiencias no eran ni de lejos lo terribles que podían volverse si, por azares del destino, llegaban a cruzarse en el camino de ellos...
Aterradores.
Crueles.
Implacables.
Salvajes.
Gober...
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Abre sin siquiera mirar de quién se trata. Percibo, por su expresión de anhelo, que espera a cualquiera menos a mí, lo que me divierte demasiado.
En cuanto se percata de su error, empieza a chillar como una gallina a la que van a desplumar y trata de cerrarme la puerta en las narices.
Error. Craso error.
La abro de una patada, sin miramientos, y me adentro en la estancia con exigencia. Cuando intenta huir la acorralo contra la pared y me pego a ella de tal forma que se le entrecorta hasta la respiración. Y mierda, el hecho de saber lo nerviosa que la pone mi cercanía y esa cara perfecta con los ojos como platos que me miran con miedo amenaza con provocarme una erección.
Por un segundo, la tensión se adueña de todos sus rasgos y su rostro se vuelve escarlata a causa de mi cercanía. Si quisiera, ahora mismo podría comerle la boca hasta dejarla sin aire. Sin embargo, me divierte ver la forma en que se vuelve loca por que lo haga.
Hasta que, inesperadamente, se revuelve y trata de empujarme, pero le sujeto las muñecas sin apenas esfuerzo y la mantengo quieta. Sus jadeos se hacen más persistentes al tiempo en que trata de liberarse y yo solo sonrío con suficiencia. Es obvio que me tiene miedo. Y hace bien.
— ¡Suéltame animal! — me increpa, cada vez más alterada y sonrojada.
Por toda respuesta, hago justo lo contrario, con intención de provocarla. Y lo cierto es que ya me estoy cansando de jueguecitos. He venido aquí a cobrar lo que esa perra y su hermano me deben y no voy a andarme con contemplaciones.
El cabreo se hace cada vez más intenso al ver que se mantiene en sus trece y me reta con la mirada, lo que hace que mi respiración se desboque y gruño, rozándole el lóbulo de la oreja con los labios al deslizar una amenaza clara y directa contra ella.
— No pienso hacerlo. Pero tú sí vas a decirme dónde cojones está escondido el perro de tu hermano y dónde esconde mi dinero. O lo mato.
No bromeo. Ella lo sabe y yo lo sé, así que espero que coopere de una puta vez antes de que termine por perder la poca paciencia que me queda.
Su pequeño cuerpo tiembla debido al devastador efecto que mis palabras tienen sobre ella y una lágrima se desliza por su mejilla.
— ¡No! No, por favor, no lo sé. Te juro que no sé nada, ha desaparecido — explica, atropelladamente, sollozando sin poder evitarlo.
Parece frustrarla el hecho de mostrarse vulnerable frente a mí, pero nada puede hacer por evitar la cascada que se desliza por sus ojos como un manto. Yo pongo los ojos en blanco al tiempo en que blasfemo. ¿En serio? Lo que me faltaba, que la perra se echara a llorar como una magdalena.
No sé qué demonios hacer y me debato entre las ganas de callarla con una buena mordaza y así registrar la casa en busca del traidor o...callarla con un morreo y hacérmelo con ella sobre la mesa del comedor.
