Muchos afirmaban conocer el infierno. Sin saber que sus experiencias no eran ni de lejos lo terribles que podían volverse si, por azares del destino, llegaban a cruzarse en el camino de ellos...
Aterradores.
Crueles.
Implacables.
Salvajes.
Gober...
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ADVERTENCIA: LENGUAJE Y ESCENAS SEXUALES CRUDAS Y EXPLÍCITAS, VIOLENCIA Y +21. SE RECOMIENDADISCRECCIÓN. TAMPOCO ME HAGO CARGO DE FUTUROS ENAMORAMIENTOS ;)
DEMON🔥
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Con el cuerpo echado hacia atrás en el respaldo de mi silla, siseo, al tiempo en que un par de maldiciones sonoras brotan de mis labios como si me hallara en una especie de trance salmódico o alguna mierda parecida. La perra sabe lo que hace.
Gruño, enterrándole una mano en el cabello y empujando a sus expertos labios a succionar más fuerte contra mi polla completamente erecta. Cristo, ya entiendo por qué mi jodido VP me la recomendó anoche, parece una puta aspiradora.
Y aun así, no me basta.
No me basta haber tenido una noche de desenfrenos con la fiesta que mi maldito secretario se empeñó en organizar para recibir a nuestros hermanos de la filial de Detroit.
Bebí suficiente alcohol como para sedar a un caballo y follé con todo lo que se me puso por delante, hasta que, cuando estaba a punto de caer inconsciente en cualquier rincón, apareció el cabrón de Daryl con una sonrisa de comemierda y me presentó a "una de sus exclusivas". Aseguró que me haría una mamada de campeonato y ahora sé que no se estaba dando aires, tomaré nota de ello. Últimamente pocas me satisfacen en ese aspecto.
La perra es resplandeciente, eso hay que reconocérselo. Aunque, al final, lo único que me interesa de ella es su húmedo coño listo para darme acceso.
Apenas termina, la aparto a un lado con brusquedad, poniéndome en pie con la sangre rugiendo de excitación, y antes de que ella logre apenas parpadear entre tanto alcohol embotándole la sangre, todavía de rodillas, la tomo en brazos y la posiciono boca abajo sobre mi mesa. Tal vez vaya demasiado pedo como para recordarlo, pero me pidió que le cumpliera la fantasía sexual de montarla sobre la mesa presidencial, con mi chaleco de presi puesto sobre ese cuerpecito de pecadora. Accedí. ¿Quién soy yo para negarle ese deseo? Después de todo los dos salimos ganando.
Ella, con su jodido fetiche hecho realidad y yo penetrándola hasta que se olvide de su nombre, como he hecho yo.
— ¿Quieres que te monte? — mascullo, sin rodeos, a sabiendas de que se volverá loca con mis palabras.
