Muchos afirmaban conocer el infierno. Sin saber que sus experiencias no eran ni de lejos lo terribles que podían volverse si, por azares del destino, llegaban a cruzarse en el camino de ellos...
Aterradores.
Crueles.
Implacables.
Salvajes.
Gober...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Su sangre salpicándome la cara con frenesí. La vida escapando de sus ojos sin posibilidad de arreglo. Su piel desgarrada y sus cuerpos en descomposición. Y sus malditas cabezas en mi vitrina.
Eso es lo que necesito con la misma urgencia con la que necesito respirar en estos momentos. Y es lo que pienso obtener, a como dé lugar.
Tras pasar alrededor de veinte minutos improvisando un plan que muchos catalogarían de suicida, al fin estamos listos para la acción.
Y no puedo esperar por rajar a esos cabrones.
Tengo a mis mejores hombres equipados hasta los dientes, sin contar con el medio centenar de nómadas que nos esperan, más que listos para la acción.
El plan es simple, pero efectivo: entramos por la retaguardia pillándolos de sorpresa, les vaciamos toda la munición de nuestras semiautomáticas en la cabeza y sacamos a las chicas de ese tugurio de mala muerte en que las tienen. Seguramente estén esperando a los compradores.
No me sorprende que esos bastardos de los Halcones estén traficando con mujeres, siempre ha existido rumores de ello. Pero sí que lo hagan con tal descaro.
No es que tengan muchas luces, pero suelen ser más precavidos con sus "negocios".
Ese es solo uno de los muchos motivos que me llevan a sospechar que aquí se está cociendo algo. Algo que huele jodidamente mal.
Y yo pienso llegar al fondo de ese turbio asunto.
Vamos bien equipados: Rifles de francotirador, fusiles de asalto, AKS y metralletas.
Digamos que estamos listos para armar una buena fiesta en la que las cabezas de esos hijos de puta van a ser nuestras piñatas personalizadas.
Los hermanos están frenéticos, jodidamente sedientos de sangre.
Balzac ha ido a afilar sus cuchillos de carnicero, el cabrón es un maestro en el arte de la tortura. Y esta noche pienso dejarlo a sus anchas.
Esos hijos de puta abusadores se lo han buscado.
Pat se pasea por el complejo, nervioso. Lo llamo con un gesto de la cabeza.
Necesito de su carácter estratega, porque la ira amenaza con nublar mi juicio más que nunca y no podemos permitirnos una baja en nuestras filas.
No, tenemos que hacerlo bien.
Esta noche la única sangre que correrá será la de esos bastardos.
— ¿Qué pasa presi? — inquiere, nada más pararse junto a mí con los brazos cruzados a la espalda como el soldado que una vez, hace no mucho, fue.
— ¿Cómo ves el plan? ¿Arriesgado? — pregunto, directo al grano.
Y es que si bien a priori parece algo rápido, sin muchas complicaciones, lo cierto es que hay varios factores que podrían salir mal. Nosotros contamos con la ventaja de la sorpresa, pero no sabemos en qué condiciones las tendrán esos perros.
