Muchos afirmaban conocer el infierno. Sin saber que sus experiencias no eran ni de lejos lo terribles que podían volverse si, por azares del destino, llegaban a cruzarse en el camino de ellos...
Aterradores.
Crueles.
Implacables.
Salvajes.
Gober...
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El pentágono está a reventar esta noche.
No debería sorprenderme, teniendo en cuenta que estamos en fin de semana y siempre se llena más de lo usual, pero las cosas han estado muy tensas últimamente por aquí y toda precaución es poca.
Camino entre la multitud con firmeza y una sonrisa de satisfacción se dibuja en mi cara al ver cómo la gente se aparta para dejarme espacio nada más reconocerme. Tengo una buena reputación por estos círculos.
Y me la he ganado a pulso.
Solo hay que preguntarle al último soplapollas que se atrevió a intentar ningunearme "por ser mujer". O eso fue todo lo que pudo decir antes de que le tumbara los dientes de un puñetazo y le pateara las pelotas con toda la intención de dejarlo estéril.
Me gusta pensar que lo conseguí.
Cuando no tienes nada te aferras con uñas y dientes a tu objetivo, para lograr aquello que hace que el corazón se te acelere y te hace sentir en paz en este mundo de porquería.
La calma para mis demonios es esta: las peleas cada noche en el pentágono, tal y como me gusta, sucio y sin reglas. Todo se vale. Hombres, mujeres...no me importa.
Cualquier rival es bueno para mí.
Puede que engañe, con mi metro sesenta y cinco escaso y mis sesenta y tres kilos. Parecería inofensiva de no ser por los tatuajes que recorren mi cuerpo casi en su totalidad y mi melena rubia hasta media espalda, que suelo llevar recogida en un moño o una trenza para que no me estorbe al pelear, ni se convierta en mi punto débil.
Solo es la fachada. La realidad, que ha acabado dejando pasmado a más de uno aquí, es que he llegado a mandar al hospital hasta a tipos que me cuadruplicaban el peso de una paliza. Su error: subestimarme.
No solo tengo una mala leche de niveles estratosféricos, sino también un imán para los problemas, imán que tengo que agradecerle a mis arranques de ira.
El último tiene nombre y apellido. Vince Colleman.
Joder, ni siquiera es tan atractivo.
Pero tiene buen culo, a pesar de lo escuálido que está y folla bastante bien...así que pensé, ¿por qué no?
Ahora maldigo ese momento.
El capullo está desaparecido y necesito localizarlo con urgencia, es por eso que vuelvo a marcar su número (por cuarta vez en lo que va de día) mientras pido una cerveza en la barra.
Necesito relajarme antes de que empiece mi pelea esta noche o acabaré destrozando a mi rival y no puedo permitirme ese lujo. La poli ya prácticamente vive en mi casa y no estoy de humor para soportar más interrogatorios.
Lo peor es que tengo un mal presentimiento que me ha estado acosando desde hace varios días.
Pero si lo hubieran encontrado ya lo sabría, ¿verdad?
