Muchos afirmaban conocer el infierno. Sin saber que sus experiencias no eran ni de lejos lo terribles que podían volverse si, por azares del destino, llegaban a cruzarse en el camino de ellos...
Aterradores.
Crueles.
Implacables.
Salvajes.
Gober...
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Está tan húmeda, tan lista para mí...
No puedo creer que por fin esto esté pasando.
Los dos llevábamos demasiado tiempo esperándolo.
Y esta noche está preciosa, joder, más deslumbrante que nunca con ese puto vestido que me ha robado la poca cordura que me quedaba en cuanto la he visto.
Me ha desobedecido al venir a la fiesta a pesar de que se lo prohibí expresamente.
Ha estado torturándome toda la jodida noche, hablando con mis hermanos e ignorándome. Luego lo de Heron ha sido la gota que ha colmado el vaso.
Está demasiado pegado a ella, todo son sonrisas y palabras amables.
Él es mejor que yo, infinitamente.
Más acorde a los gustos de una chica como Olivia, que no tiene nada que ver con este mundo de sangre y violencia.
Por eso me hierve la sangre cada vez que los veo juntos.
Sé que no soy suficiente, que merece a alguien que no esté tan jodidamente roto.
Pero no me importa, porque soy un puto egoísta de mierda.
Soy mala persona.
Mato, follo y bebo por diversión.
Y esta noche podría haberme cargado a mi puto secretario, de no haberme detenido mis hermanos.
Como sea, tampoco me arrepiento.
Tengo mal carácter, soy territorial y protejo como un león lo que es mío.
Y ella lo es. Jodidamente mía.
Cuando me he quitado la toalla se ha quedado muda.
Le gusta lo que ve, desea esto.
Pero quiero oírselo decir. Todavía tiene que cumplir su castigo, después de todo.
— ¿Me quieres dentro? — la tiento, deleitándome con la manera en que sus pezones rosados y perfectos se marcan a través de la delicada tela de su vestido, revelándome que no lleva sujetador.
Casi pierdo mi autocontrol después de eso, pero me obligo a aguantar. Si he esperado tanto para esto, unos minutos más no son nada.
Tengo que asegurarme de que nunca se le olvide la primera vez que la posea. Porque no habrá vuelta atrás.
— ¿Por qué me haces rogar, maldito gorila arrogante? Solo hazlo — espeta, orgullosa hasta el final.
Me deleito con su frustración, con lo dilatada y expectante que está.
Una sonrisa torcida se abre paso en mis comisuras.
