Hacía tiempo que no iba a ese piso. De pequeña solía pasar ahí todas las navidades, pero no había vuelto desde los once años. Habían cambiado bastantes cosas. Ya no estaba la mecedora en la que le gustaba jugar y balancearse horas y horas, ni todas las cajas llenas de hilos y retales con los que le hacía vestidos a sus muñecas bajo la atenta mirada de su abuela.
Tampoco estaba Piti, la gata que siempre huía de ella cuando la intentaba atrapar, y que años atrás se le escapó y no se volvió a saber nada más de ella a pesar de lo mucho que la buscó. Fue un regalo que le hicieron sus abuelos hace tiempo, en las navidades de sus ocho años. Sus padres no querían que se lo llevara, pero al final tuvieron que ceder.
Le gustaba ese gato. Aún tenía una foto suya en su cartera a pesar de que ya habían pasado unos cuatro años desde que lo perdió. Era como ella. Un ojo gris y otro azul. Siempre le acomplejó esa característica, pero ver otro ser vivo igual que ella hizo que cogiera un poco de confianza. Confianza en sí misma. Confianza de la que carecía por todas las burlas que le hicieron sus compañeros en el colegio. Confianza que necesitaba para no ser tan tímida. Confianza que se desvaneció un poco más el día que su querido gato desapareció.
No le gustaba esa heterocromía que tenía. Siempre había deseado ser normal. No un bicho raro. Tener ambos ojos del mismo color.
Cada vez que se miraba al espejo por la mañana recordaba cada una de las palabras que le decían: "pareces un bicho raro", "¡qué fea!", "¿por qué eres así?", "no quiero ser tu amiga", "no te acerques a nosotros". Su madre le decía que no les hiciera caso, que con el tiempo se cansarían y empezarían a ser buenos amigos. Pero estaba equivocada.
No tenía amigos. Estaba siempre sola. Nadie la defendía. En su segundo año de primaria le dejaban notas que decían "bicho", "fea", "vete de aquí", "nadie te quiere". Las niñas se ponían a cuchichear a su lado cada vez que la veían. O la rodeaban en el pasillo y se ponían a reírse de ella y a señalarla.
Ella siempre acababa llorando y su madre solo decía que eran solo cosas de niños, que ya se les pasaría.
En las navidades fue a visitar a sus abuelos, como siempre hacía en esas fechas. Cuando sus padres se fueron un momento ella aprovechó para contarles lo que le pasaba en el colegio. Como no le gustaba ir. Como no tenía amistades. Como cada día era una tortura. Como no tenía ni energías para levantarse de la cama.
A su abuela se le encogió el corazón. Quería llorar, pero por su nieta tenía que ser fuerte y darle ánimos. No se podía creer como había cambiado el mundo, como los niños de hoy en día podían ser así. Su madre tenía los mismos ojos que su nieta, gracias a ella los había heredado, pero le dolía que la nueva generación hiciese que los viera como algo malo.
—El mundo es cruel abuela —le dijo sollozando.
—Sí, a veces lo es —dijo un poco indignada.
Se levantó de la mecedora, cogió un libro de la estantería y se lo tendió. Le contó que fue el primer libro que ella se leyó. Que siempre fue su favorito y que por eso aún lo conservaba. Le contó que los libros eran una puerta mágica a otro mundo. Un mundo en el que sucede lo que uno quiera. Un mundo mágico repleto de finales felices. Pero que para llegar a cada final feliz también hace falta sufrir, hace falta luchar, para así poder valorar esa felicidad, para darse cuenta de que la tienes y de que la mereces.
Fueron unas palabras muy complicadas para una niña de siete años, pero fueron unas palabras que ella nunca olvidó. Al igual que ese libro, que se convirtió también en su favorito. En el que ella era la protagonista y vivía una vida increíble rodeada de amigos y personas que la querían.
Sacó ese mismo libro de su mochila cuando llegó al que iba a ser su cuarto durante esas navidades, sus últimas navidades antes de pasar a la universidad. Se tumbó en la cama y empezó a leerlo. No sabría decir cuántas veces se lo habría leído. En cuantos lugares. En cuantos momentos. En cuantas infinidades de formas.
Tampoco sabría decir cuántas veces había llorado entre sus páginas. Cuantas veces había llegado a reír a carcajadas. Cuantas veces había suspirado al leer la palabra "FIN" y lo había abrazado con todas sus fuerzas. Cuantas veces lo había cogido y vuelto a poner en su estantería, en donde ya no cabían ni la mitad de los libros que tenía.
Pero siempre recordaría la primera vez que lo leyó.
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Tú eres mi princesa y yo tu caballero
Teen FictionRaquel es una joven adolescente tímida, callada y reservada. Durante las vacaciones de Navidad viaja al antiguo pueblo de sus abuelos, en donde los recuerdos la empiezan a inundar y esa armadura con la que se protege se empieza a desvanecer. ¿Será c...