¿Por qué?

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Estaba recordando cuando empezó la secundaria, en un nuevo centro educativo con compañeros que nunca antes había tenido y que, por tanto, no la conocían para nada. Era su oportunidad para comenzar de cero. Y así lo hizo, con una actitud positiva, sus nuevas lentillas, que le hacían lucir con unos ojos castaños, y con una mayor seguridad se dirigió a su primer día a clase.

Sin embargo, cuando entró en el aula se sintió intimidada. Todo el mundo estaba sentado en grupitos, con sus amigos de toda la vida, compartiendo experiencias del verano y hablando de lo emocionados que estaban de empezar el instituto y comenzar esa nueva etapa de su vida. A Raquel le hubiese gustado unirse a alguna conversación, pero no sabía cómo hacerlo, no sabía cómo relacionarse.

Así que se sentó detrás del todo del aula, al lado de una de las ventanas y esperó a que llegase el profesor a poner orden.

"Mi plan ha fallado", pensó.

Era el primer día, así que solo tuvo cuatro horas de clase sin ningún descanso, que consistieron en distintos profesores entrando y saliendo constantemente del aula, presentándose y explicando la asignatura que iban a impartir, cómo iba a ser el método de evaluación y el material que necesitaban.

Al salir del instituto su madre estaba esperándola dentro del coche.

—¿Qué tal el primer día? — preguntó cuándo su hija entró y se sentó.

—Bien, supongo —y no habló más en todo el día.

Al día siguiente hizo lo mismo. Llegó, se sentó en la misma mesa apartada y esperó a que llegase el profesor. Y en ese sitio, atenta a todo lo que se iba haciendo en clase, pasó las primeras horas de clase, y las siguientes, y los siguientes días. En el descanso que tenían de media hora se dedicaba a ir a la biblioteca a hacer la tarea que le habían marcado para pasar el tiempo o a avanzar un poco en el libro que se estuviese leyendo en ese momento.

Hasta que un día una chica se acercó a hablar con ella.

—Hola, soy Lara. ¿Cómo es que siempre estás sola y no te relacionas con nadie? —a Raquel le costó mucho reaccionar ante esa situación.

—Esto... no sé, no conozco a nadie, y cuando llegué ya estaban todos los grupos hechos, y todos se conocían entre todos...

—¿Y? —la interrumpió —. Eso no es ningún motivo, tienes que aprender a integrarte o te acabarás convirtiendo en el bicho raro de la clase —las palabras bicho raro retumbaron en su cabeza como si se tratasen del propio apocalipsis —. Anda, hoy en el descanso vente conmigo y mis amigas, te caerán bien y te lo pasarás mejor en vez de hacer lo que sea que haces en ese tiempo. Luego vengo a por ti, no te me escapes —añadió con una sonrisa.

Raquel se sintió un poco descolocada después de que Lara se alejara y empezó a razonar lo que acababa de pasar. Querían que se integrase con ellas. Se sentía un poco aceptada. Habían dado el primer paso por ella, tenía que dar el siguiente. Y así empezó a pasar los descansos con ellas, empezó a dejar de sentarse sola en el final de la clase a sentarse delante con ellas.

Empezó a levantarse con ánimos de ir a clase.

Un día, a principios de noviembre, Raquel estaba sentada en un banco del patio con el que se había convertido su grupo de amigas, donde empezaron a discutir sobre la clase de lengua.

—Esta mujer está siempre amargada... necesita un polvo o algo —comentó una de las chicas.

—¡Y tanto! —le siguió otra de ellas —. Debería de ser ella la que se tendría que leer todos los libros que manda, como si a alguien le gustara hacer eso.

Tú eres mi princesa y yo tu caballeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora