Lo prometido es deuda

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—Y fin —dijo Marcos mientras cerraba el libro.

Cuando se quiso dar cuenta ya estaba en enero, las vacaciones estaban acabando y en un par de días tendría que volver a clase. No le gustaba ir a clase, le gustaba ir a jugar con su amigo y pasar el día juntos.

Marcos iba a buscarla todos los días, era el primero en levantarse. A veces iba a despertarla porque no se dignaba a esperar a que ella lo hiciera por su cuenta, y es que si fuese por Raquel nunca se levantaría de la cama. Marcos se había tomado la molestia en decidir cuantos capítulos leerían cada día para asegurarse de que les diese tiempo de acabar el libro. Eso era lo primero que hacían cada mañana antes de almorzar.

Después, o los padres de Raquel o algún abuelo de ambos los llevaba al parque o dar una vuelta por el pueblo. A ambos les encantaba ir con Antonio, siempre acababan el día tomándose un chocolate caliente en uno de los bancos de la avenida marítima y viendo cómo se ocultaba el sol tras el mar.

Sin embargo, el cuatro de enero los abuelos de Raquel invitaron a Marcos a quedarse a dormir. El aceptó sin reproches y preparó su mochila con todo lo que iba a ser necesario para una noche de juegos.

—Venga, vamos a hacer un fuerte —dijo completamente motivado después de lavarse los dientes y entrar en el cuarto de Raquel.

—¿Qué es un fuerte? —preguntó sin tener la más remota idea de lo que estaba hablando.

—¿No sabes qué es un fuerte? Nada, yo te enseño.

Y mientras estaba sentada, se puso a ver como Marcos apartaba la mesa a un lado, como llenaba el suelo de mantas, como enganchaba una sábana de un lado a otro y como guardaba su mochila y el libro dentro. Después salió, apagó la luz, encendió la linterna, cogió a Raquel de la mano y la llevó adentro. Una vez ahí, encendió una pequeña lámpara con luces en forma de estrellas.

—Qué bonito —dijo mientras se quedaba embobada mirando las estrellas.

—Lo sé. Y mira, tengo una linterna para que podamos seguir leyendo.

Y así, dentro de ese fuerte, dentro de su pequeño refugio, se quedaron despiertos hasta que acabaron el libro.

—Y fin —dijo Marcos mientras cerraba el libro —. ¿Te ha gustado?

—Sí, mucho.

—¿Y ahora qué libro te vas a leer? —preguntó con curiosidad.

—La verdad es que no tenía pensado leerme otro libro —respondió mientras se tapaba con una de las mantas.

—Bueno, verás cómo cambias de opinión —le advirtió mientras se tapaba con otra manta y apagaba la luz —. Buenas noches ojitos lindos.

—Buenas noches a ti también.

Al día siguiente la abuela les llevó el desayuno al cuarto cuando fue a despertarlos, aunque se llevó una gran sorpresa al ver el caos que habían montado. Les dejó la comida en la mesa, los despertó y les pidió que recogieran el cuarto al acabar de comer.

Cuando terminaron de hacer todo lo que la abuela les había pedido se tumbaron un rato en la cama. Se habían quedado despiertos hasta demasiado tarde y todavía se les caían los parpados del sueño.

—¿Cuándo vuelves a tu casa? —preguntó mientras se rascaba los ojos.

—Dentro de dos o tres días creo... ¿Tú?

—Mañana.

—¿Mañana? ¿Tan pronto? ¿Por qué?

—Porque es cuando mis padres querían, no sé —respondió Marcos un poco triste —. Así que hoy es el último día en el que podremos jugar, por tanto tenemos que aprovecharlo —dijo mientras se ponía en pie y empezaba a saltar en la cama —. En el fondo es un poco triste que se acaben ya las vacaciones, pero por otro lado estoy contento, voy a volver a ir al cole y podré ver a mis amigos. ¿Tú no tienes ganas de ir a clase y ver a tus amigos?

—Pues... no... —empezó a decir bajando la mirada —Me gustaría seguir de vacaciones y jugar contigo.

—Ya jugarás con tus amigos, verás que sí.

—Pero es que... yo... —susurró con los ojos empapados.

—¿Tú qué?

—No tengo amigos —y empezó a llorar.

—¿Cómo no vas a tener amigos? Eso es imposible —comentó bastante extrañado —. A mí me caes muy bien.

—Los niños de mi cole piensan que soy un bicho raro por mis ojos, no quieren ser mis amigos —dijo mientras intentaba aguantarse las lágrimas.

—Eso es porque has intentado hacerte amiga de niños malos —dijo convencido —. Prueba a hacerte amiga de otros.

—¿Y si no consigo hacerme amiga de nadie? Seguiré estando sola —comentó entre sollozos.

—Bueno, pase lo que pase te prometo que vendré aquí todas las navidades a verte y que siempre seré tu amigo.

—¿En serio?

—Sí, pero deja de llorar que no me gusta verte así.

—¿Pero por qué me ibas a prometer algo así si nunca nadie quiere ser mi amigo? —preguntó llorando aún más.

—Pero yo sí quiero serlo. Quiero serlo como en el libro y vivir muchas aventuras contigo —dijo intentando animarla.

—En el libro se besan —comentó recordando esa pequeña parte.

—Bueno, tanto como en el libro no... esas cosas me dan asco ¡puaj! —Ese comentario ayudo a que Raquel se riera un poco —. Pero si te puedo decir tal y como le dijo el caballero de brillante armadura a la princesa que pase lo que pase siempre seré tu mejor amigo y prometo estar ahí siempre que lo necesites. Y lo prometido es deuda —dijo recitando de memoria una parte del libro.

—¿Y qué significa exactamente "lo prometido es deuda"?

—No lo sé la verdad. Pero eso, prometo que vendré aquí todas las navidades, pero tú también tienes que prometérmelo, no vaya a ser que venga y tú no estés.

—Lo prometo —dijo poniéndose de pie en un salto.

—¿Por el dedo meñique?

—Por el dedo meñique.

Y sellaron sus promesas con sus diminutos dedos.

Esa noche bajaron con los abuelos de Marcos a ver la pequeña cabalgata que iba a pasar por el pueblo. Raquel le entregó la carta a Gaspar y Marcos a Baltasar. Estaban muy emocionados, tanto que les costó la vida quedarse dormidos. Esa noche fue Raquel la que se quedó a dormir en casa de Marcos, pero no montaron un fuerte ni llenaron el techo de estrellas. Simplemente se sentaron en la cama, con la mirada fija en la ventana, con la esperanza de poder ver a los Reyes de Oriente.

Así... hasta que se quedaron dormidos el uno al lado del otro.

Tú eres mi princesa y yo tu caballeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora