Sentada en el sofá mientras le saca las semillas a las doce uvas para no atragantarse con ellas, sus padres charlan y se toman una copa de vino. Quince minutos antes de las campanadas, Raquel va a su cuarto para ponerse el mono y maquillarse. Cuando sale al salón su madre ya tiene la cámara preparada y la agarra para sacarse unas fotos con ella.
—¡Mamá! ¡Para ya! —grita desquiciada después de unas veinte fotos.
—Es que nunca te arreglas, tenía que aprovechar la ocasión, ¡es un milagro navideño!
—Lo más seguro es que se trate del fin del mundo —aseguraba su padre mientras se cogía su sitio en el sillón, quedaban menos de cinco minutos para ver quién era capaz de tomarse las doce uvas sin atragantarse.
—No tiene gracia —sentenciaba su hija al sentarse.
—Recuerden, este año no hay cuartos y no vale empezar antes —decía su madre.
—¡Y nada de terminar en la décima campanada, papá! Es una uva por campanada.
—¿Aún estás enfadada porque acabé primero el año pasado?
—¡Silencio! ¡Va a empezar!
Y como todos los años, mirando fijamente a la televisión y tras cada campanada, se consiguen comer las uvas para tener un año de buena suerte. Con las uvas aun bajándoles por la garganta se felicitan el año nuevo y salen a fuera para ver los fuegos artificiales.
Una vez terminado el espectáculo, Raquel se despide de sus padres, coge el abrigo y su bolso, y va a reunirse con Laura en su punto de encuentro habitual.
—¡¡Feliz año nuevo!! —grita Laura al verla llegar mientras tira un puñado de confetis al aire —. Al final dejó de llover, ¿lista para darlo todo?
—No estoy muy segura.
—No pasa nada, aquí estoy yo como siempre para transmitirte mi energía y ganas de fiesta. Por cierto, mira lo que tengo... —decía en tono juguetón mientras se sacaba dos litronas de cerveza Alhambra del abrigo.
—¿¡De dónde te sacaste eso!? —preguntó sorprendida.
—De un chino que me enteré que vendía a menores, vamos a una calle no muy lejos de la carpa y nos las bebemos antes de entrar, verás cómo te ánimas un poco. Y están frías, no te preocupes, las escondí bien en el congelador una horita antes de salir.
Fueron caminando tranquilamente a la plaza donde estaba la carpa para luego ir a refugiarse del frío a una calle paralela donde vieron a más jóvenes como ellas haciendo botellón. Se sentaron por donde pudieron mientras hablaban y dejaban que las litronas se vaciaran.
—¡Listo! ¡Rumbo a la fiesta! —chillaba Laura cuando se acabaron las litronas.
—¡Sí que está animada tu amiga! —le decía a Raquel un chico que estaba sentado a unos pasos de ellas.
—¡Es que es Año Nuevo! ¿Cómo no voy a estar animada? —decía Laura antes de que Raquel reaccionara.
—¡Me caes bien! Nosotros vamos ahora también a la carpa, ¿están solas? —decía mientras se acercaba.
—Sí, somos nuevas en el pueblo, por decirlo de alguna forma.
—Pues vengan con nosotros, verán como se la pasan bien —decía una de las chicas con las que estaba bebiendo el chico que les había hablado, a la cual además se le notaba que se había pasado con el alcohol.
—¡Venga, vale!
—¿Quieren una copa más? Nos queda para un cubata en la botella y no queremos desperdiciarlo y ninguno de nosotros puede con una gota más —decía la misma chica, mientras se resbalaba y se caía al suelo.
—Sí Carla, tú definitivamente sí que no puedes con una gota más —decía otra de las chicas del grupo mientras todos se reían y otro de los chicos iba a rescatarla del suelo.
—Dale, denos esa copa y vamos luego a la carpa.
Cuando terminaron de beber y tras conocer a los miembros de ese grupito de amigos al que se habían acabado acoplando, se fueron a la fiesta. No era gran cosa, una carpa dentro de la cual todas las personas del pueblo se habían reunido para bailar y pasarla bien en la noche vieja, desde los más pequeños hasta los más ancianos. No se podía esperar más de un pueblo, pero la música era bailable y el grupo al que se habían unido era muy simpático y divertido con ellas.
En un momento impreciso de la noche se unieron al grupo los chicos con los que salieron en Noche Buena. Raquel se sobresaltó por ello y fue a hablar con Laura, quien le comentó que se había seguido viendo con uno de ellos y habían tenido un par de citas. Le dijo que no se preocupara, que ella se había encargado de hablar con él para pedirle al amigo que no la volviera a molestar. Y así fue, durante la noche el chico que le había quitado el móvil para volver a verla no la molestó ni le habló en ningún momento, de hecho se había acabado liando con otra.
Terminó la música y todo el mundo empezó a irse a su casa. Raquel se lo había pasado tan bien que por un momento empezó a fantasear con la idea de vivir en ese pueblo. Le dio la sensación de que la gente de los pueblos era mejor que en las ciudades. Quizá era el estrés y los gases tóxicos de las áreas metropolitanas lo que hacía a las personas tan desagradables.
Intercambiaron números con el grupo de amigos que conocieron esa noche y se despidieron.
Ellas fueron caminando juntas hasta el mercadona, junto con la pareja no definida de Laura, ahí cada uno siguió su camino. Laura por la izquierda y Raquel por la derecha.
—¡No te olvides de escribirme cuando llegues! —le pidió Laura.
—¿Por qué? Apenas tardo quince minutos en llegar a mi casa desde aquí —respondió cansada mientras fantaseaba con la idea de meterse directamente en su cama al llegar.
—Por eso mismo, sino no podré dormir tranquila. Yo aunque sea tengo a este —comentó señalando a Darío —, pero tú estás sola, es Año Nuevo y a la gente se le va bastante.
—Vale mamá, ¿algo más?
—Sí, ¿a que no te arrepientes de haber salido al final? —le dijo mientras la abrazaba con tono juguetón.
—Que te den, venga, buenas noches —se despedía —. Te escribo al llegar.
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Tú eres mi princesa y yo tu caballero
Ficção AdolescenteRaquel es una joven adolescente tímida, callada y reservada. Durante las vacaciones de Navidad viaja al antiguo pueblo de sus abuelos, en donde los recuerdos la empiezan a inundar y esa armadura con la que se protege se empieza a desvanecer. ¿Será c...