Se puso en marcha de vuelta a casa mientras intentaba que no se le cerraran los ojos por el camino. Le dolían bastante los pies de haber bailado toda la noche y daba gracias de haber salido con bailarinas, no podía evitar pensar en cómo se sentirían las que habían estado toda la noche en tacones.
—¡Mira por dónde vas! —le gritó un borracho con el que se tropezó sin querer.
—Lo siento, ha sido sin querer —dijo mientras se alejaba con un tono de voz cansada.
—¡Pero qué formas son esas de hablarle a una señorita! —dijo un hombre que estaba con el que se tropezó y en ese momento le tiró del brazo —. Perdona mi niña, pero ha bebido demasiado y no sabe lo que hace.
Raquel se sobresaltó y el corazón se le paró del susto. Ese hombre apestaba más a alcohol que el anterior. Intentó deshacerse con sutileza de la mano que la sujetaba, pero esta la apretaba bastante.
—No pasa nada, es tarde y todos estamos cansados, yo me voy ya a mi casa —dijo para ver si así la soltaba.
—¿Estás solas? ¿Quieres que te acompañemos a tu casa?
—No, muchas gracias, ya casi he llegado —respondía mientras empezaba a forcejear para que la dejara ir.
—Qué fuerte, primero me empujas y luego mi amigo se ofrece a acompañarte a tu casa y pasas, pedazo de maleducada.
—De veras que no hace falta, podrías soltarme, por favor —decía un poco más nerviosa, mientras empezaba a temblar y a forcejear un poco más, entonces también la agarraron del otro brazo.
—Deberíamos darte una lección.
Agarrándola y entre risas la llevaron, entre forcejeos, a un callejón que había cerca. Raquel empezó a gritar pidiendo que la dejaran, y después pidiendo auxilio a todo pulmón con lágrimas en los ojos. Le taparon la boca para que se callara y la pusieron contra la pared. Le abrieron el abrigo y se pusieron a examinarla de arriba abajo.
—Deja de gritar, pórtate bien y no te pasará nada malo —le susurraba uno de ellos mientras le acariciaba el pelo y lo olía.
A Raquel le dio un escalofrío en todo el cuerpo suponiendo ya lo que iba a pasar. Estaba temblando, tenía el corazón tan acelerado que creía que le iba a dar un infarto. Quería gritar, pero no podía, a pesar de intentar forcejear con ellos para que la soltaran no lo conseguía, ni que le quitaran la mano de la boca, y aunque lo consiguiera no tenía claro de poder gritar por todo el pavor que estaba sintiendo.
—Una chica tan bonita como tú no tendría que haber estado andando sola a estas horas de la madrugada —le decía el borracho con el que tropezó mientras le pasaba la mano suavemente por el escote —, sin duda lo estabas buscando. Pero tranquila, deja de llorar, verás cómo al final lo pasamos bien los tres.
Repentinamente, el hombre que le estaba tapando la boca para que no gritara estaba en el suelo y había un chico encima de él pegándole un puñetazo tras otro. Ella estaba tan congelada del miedo que no hacía más que llorar mientras observaba lo que estaba pasando y se abrazaba a si misma.
El otro se abalanzó encima del chico que estaba pegando a su amigo para quitárselo de encima y empezó a darle un golpe tras otro. El chico consiguió quitárselo de encima y en ese momento Raquel le pudo ver la cara, era su vecino. Seguidamente uno le agarró los brazos por la espalda y el otro empezó a darle una serie de puñetazos en el estómago.
Tenía que reaccionar, tenía que ayudarle de la misma forma que él la había ayudado a ella. Pero no sabía qué hacer, y estaba tan asustada que apenas podía pensar. Se puso a mirar a su alrededor en busca de alguna idea. De repente se percató de una tubería del edificio que estaba medio suelta y empezó a tirar de ella para arrancarla mientras escuchaba los golpes que le atizaban y como él estaba empezando a gemir de dolor.
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Tú eres mi princesa y yo tu caballero
Teen FictionRaquel es una joven adolescente tímida, callada y reservada. Durante las vacaciones de Navidad viaja al antiguo pueblo de sus abuelos, en donde los recuerdos la empiezan a inundar y esa armadura con la que se protege se empieza a desvanecer. ¿Será c...