Casi

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Esas navidades volvieron a ser como las pasadas. Eligieron qué libro se leerían entre los dos, pero esta vez cada uno leía un párrafo. Raquel había llegado a leer tantos libros que ya llevaba el mismo ritmo de lectura que su amigo, quien por un lado se puso celoso pero por otro se alegró por ella.

Volvieron a bajar más de una vez al parque a jugar, a tirarse por el tobogán y a columpiarse entre los columpios y ver quién podía llegar más alto, ver quién podía alcanzar las nubes con sus manos, ver quién daba el salto más alto y luego caía entre la blanda nieve que estaba ahí para protegerlos.

Casi parecía que nada iba a destrozar esas navidades, que nada iba a separarlos, que siempre iban a tener ese pueblo y las navidades para unirlos.

Casi.

Habían pasado dos días desde año nuevo, los padres de Marcos aún no habían llegado y él seguía pasando día sí y día también con Raquel, mientras se preguntaba en su mente qué había pasado, por qué no venían, por qué no le habían llamado para felicitarlo por el año nuevo.

Sus abuelos solo le daban excusas, diciendo que era por culpa del trabajo de su padre, él solo pensaba que seguramente era porque su madre había empeorado pero no se lo querían decir.

En cierto modo envidiaba a Raquel, y a casi todos los niños de su colegio, pero en ese momento más a Raquel que a cualquier otro niño en el mundo. Sus padres habían llegado el 28 de diciembre, y como era de esperar les hicieron una inocentada creando una batalla campal de bolas de nieve en medio del salón. Se lo pasó fenomenal ese día, menos por la parte de tener que limpiar el desastre que se formó al final. Le hubiese gustado haber podido hacerlo con sus padres, pero su madre no hubiese podido, ya que apenas tenía fuerza, y su padre... él si la tenía, pero estaba bastante desanimado desde que volvieron a ingresar a su mujer, desde entonces no había vuelto a jugar con su hijo.

Y por eso envidiaba a Raquel. Tenía una madre sana y un padre que jugaba con ella siempre que quería, ¿qué más podía pedir un niño de su edad?

—¿Estás bien? —le preguntó Raquel con una mirada curiosa.

—Sí, ¿por qué lo preguntas?

—Te toca leer... ¿te has enterado de la parte que he leído?

—No... —confesó avergonzado mientras bajaba la vista al libro que se estaban leyendo.

—¿Por qué? ¿Qué te pasa? Sabes que a mí me puedes contar lo que sea.

—Estoy preocupado por mi madre, hace tiempo que no sé nada de ella y mis abuelos no me dejan llamarla —dijo, con cara de preocupación mientras cerraba el libro, dando así por finalizada la lectura por hoy.

—¿Y por qué no la llamas tú a escondidas?

—Porque no me sé su número, boba... sino ya la hubiese llamado —dijo en tono sarcástico y malhumorado.

—Perdón... solo quería ayudar... —dijo mientas se encogía de hombros

—¡Pues no lo estás haciendo bien! —gritó.

—¡Vale, pero tampoco es motivo para que me grites, tampoco es que sea culpa mía! —le respondió enfadada y con los ojos a punto de soltar una catarata.

—Genial, y ahora te vas a echar a llorar.

—Pues sí, así que puedes irte, no hace falta que te quedes —le refutó mientras le daba la espalda y le señalaba la puerta.

—¿Me echas? ¿Y ahora qué vas a hacer? Tampoco es que tengas más amigos —le decía mientras recogía sus cosas y salía por la puerta.

Raquel dio media vuelta con la cabeza y lo miró sorprendida, no esperaba que él, su único amigo, su mejor amigo, le pudiese decir algo así. Algo en su interior se rompió. Cerró la puerta y se echó a llorar.

Marcos también se había encerrado en su cuarto, pero si hubiese sabido lo que iba a pasar en ese momento, hubiese tenido más cuidado en no enfadarse con su mejor amiga.

Cuando ya se había calmado un poco, y mientras estaba coloreando en su libro de dibujos, su abuela entró en su cuarto, tan sigilosa como el viento, no se enteró que estaba ahí hasta que le tocó el hombro, lo que hizo que se sobresaltara.

—¡Abuela! No me des esos sustos —le dijo mientras se levantaba, entonces fue cuando vio que su abuela tenía los ojos rojos, irritados, y aún le caían lágrimas de vez en cuando —. ¿Qué te ha pasado abuela? —le preguntó preocupado.

—Siéntate mi amor, tenemos que hablar de algo muy importante —le dijo lo más suavemente posible.

—¿Qué pasa abuela?

—Tú sabes que tu madre estaba muy enferma, ¿verdad? —le comentó mientras averiguaba como proseguir.

—Sí, lo sé, pero se está poniendo buena, ahora en navidades la iban a dejar salir... Bueno, aunque algo me dice que al final no la han dejado —dejó caer mientras pensaba en que no había sabido nada de ella desde que llegó al pueblo.

—Sí, al final no la han dejado venirse... Verás Marcos, tú ya eres lo suficientemente mayor como para comprender algunas cosas, quiero decir, tienes nada más y nada menos que diez años, ya estás empezando a madurar y a entender cosas que, por ejemplo, Raquel aún no puede.

—Pero, ¿por qué me dices esto abuela? —justo en ese momento su abuela empezó a llorar más, y Marcos comenzó a temer que él acabaría así también.

—Hijo mío, tú sabes que tu madre llevaba ya varios años luchando contra el cáncer, ¿verdad? Y también sabes, siempre te lo hemos dicho, que no es una batalla fácil de ganar...

—Abuela, por favor, dime ya lo que me tengas que decir —pidió tembloroso.

—Un par de días después de Navidad, tu madre, mi hija querida... empeoró, el cáncer se extendió y atacó a varios órganos... los médicos intentaron ayudarla con una quimio bastante agresiva, pero... al final...

No pudo acabar su frase. Marcos había salido disparado por la puerta. Ella salió corriendo para poder hablar con él. Pero había salido del piso, así que fue a dar con su vecina con la esperanza de que hubiese ido a hablar con Raquel, pero no, no estaba tampoco ahí.

Había perdido a su nieto. Se había escapado. ¿Qué podía hacer un niño de su edad después de haberse enterado de la muerte de su madre? Llamó urgentemente a la policía, explicándoles lo que había pasado, y les dio toda la información que pudo con la esperanza de que lo encontraran lo antes posible.

Su marido, los padres y los abuelos de Raquel también salieron en su búsqueda, mientras ella se quedaba en su hogar con la esperanza de que volviera.

—¿Qué ha pasado? ¿Por qué Marcos se ha escapado? ¿Es porque hemos discutido? ¿Ha sido por mi culpa? —preguntaba angustiada.

—No, mi niña, por supuesto que no ha sido culpa tuya —le dijo con una sonrisa para aliviar su preocupación.

—Menos mal, no me lo hubiese perdonado en la vida...

—¿Y qué es eso de que habéis discutido? —preguntó para cambiar de tema.

—Sí... es que él estaba preocupado por su mamá, y yo no le di un buen consejo, y se enfadó conmigo...

—Pues no te preocupes por ello, no todos tenemos siempre las palabras indicadas para ayudar a alguien. Yo también he dado malos consejos a lo largo de mi vida, pero errar es de humanos.

—Eres como mi abu, ella también me dice cosas muy raras que no entiendo.

Conchi no pudo evitar reírse ante la inocencia de la niña, no se esperaba esa respuesta.

—No te preocupes pequeña, cuando crezcas lo entenderás.

—Ella también dice eso.

La charla había conseguido distraerla un poco, olvidar su preocupación, pero ahí seguía en el fondo. No podía evitar dirigir la mirada a la puerta cada cinco segundos. La había dejado abierta por si su nieto llegaba, pero nunca llegó.

Tú eres mi princesa y yo tu caballeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora