Fue por mi

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Y con un chubasquero, sus botas impermeables amarillas, paraguas en mano y la mochila con todo lo necesario guardado, sale de su casa a la vez que se despide de sus padres con un fuerte adiós. Al abandonar finalmente el edificio abre el paraguas nada más poner el pie en la acera. No ha parado de llover desde la noche anterior y no parece que vaya a hacerlo en ningún momento.

Haciendo maniobras para que el móvil no se le empape, ya que el paraguas sirve de poco por el viento que hace, consigue poner la dirección en google maps para poder llegar a la casa de su amiga mientras se pregunta por qué no lo hizo antes de salir de la suya. Finalmente, y tras acabar helada, consigue llegar al edificio y pulsar el telefonillo.

—¿Quién es? —pregunta Laura

—¡Sabes que soy yo! ¡Ábreme que me hielo aquí fuera!

La risa de Laura se oye a través del telefonillo mientras pulsa para que ella pueda abrir la puerta y entrar. Cierra el paraguas una vez dentro del portal y se pone a mirar las escaleras con pereza. El edificio en el que vive es tan viejo que no tiene ni ascensor, solo tiene cinco plantas, pero ella tenía que vivir justo en la última, y le toca sacar glúteos. Por eso el día de la mudanza les tuvo que ayudar aquellos chicos del pueblo a subir las cajas y los muebles, eran demasiadas cosas para tantas plantas y tan pocas personas.

—¡Sobreviviste!

—¿Por qué no podías vivir en un edificio con ascensor? —preguntó mientras jadeaba.

—Porque era lo único que había, espero que en algún momentos mis padres se muden a otro... o aunque sea a un primero. A la que menos gracia le hace es a mí, créeme.

Le iba contando a Raquel mientras esta se quitaba el chubasquero y las botas para no ensuciar el suelo.

—¿Ya llegó tu amiga? —dijo una voz al fondo del pasillo.

—Sí, ¿quién más va a ser si no conocemos a nadie más en este maldito pueblo? —respondió en tono sarcástico.

Del pasillo salió una mujer alta y esbelta que podría perfectamente haber sido una modelo en sus años de juventud, era como una Barbie, pero de casi cuarenta años, con la misma sonrisa y el mismo pelo de leona que su hija.

—Hola soy Ángeles, la madre de Raquel.

—¡Obvio que sabe que eres mi madre! —gritaba mientras agarraba a Raquel y se la llevaba a su cuarto evitando así que su madre se pusiera a hablar con ella.

Una vez en el cuarto Raquel se pudo cambiar y ponerse su pijama azul marino con su camiseta de asillas blanca. La sudadera no le hizo falta porque la calefacción estaba tan alta que parecía una tarde de primavera, de esa época de la primavera en la que ya han acabado las lluvias y empieza a entrar un clima más cálido.

—¿Por qué has sido así con tu madre? —preguntaba extrañada por el comportamiento que había tenido.

—Créeme, deberías darme las gracias. Te hubiese cogido y te hubiese contado su vida, cuando llevaba a mis amigas a casa antes de mudarme siempre lo hacía, y dios qué vergüenza pasaba cuando contaba algo mío —tomo un respiro —. ¿Tú madre no hace lo mismo cuando llevas amigas?

—No —se limitó a responder aunque sabía que estaba mintiendo, o quizá no. No lo sabía porque nunca había llevado amigas, básicamente porque no tenía.

—Pues que suerte... En fin —y sacó una cesta llena de cremas, esmaltes y todo tipo de productos de belleza de debajo de la cama —. ¿Por dónde empezamos? Yo diría de hacernos una mascarillas y mientras se seca nos podemos ir pintando las uñas. Yo me las pintaré de rojo, soy muy clásica aunque tengo más colores... ¡Mira, este dorado combina con el cinturón que tiene incluido tu mono!

Tú eres mi princesa y yo tu caballeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora