Ha sido culpa mía

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Normalmente, y desde que tenía capacidad para recordar, Raquel se pasaba siempre contando los días que quedaban para las navidades para ir a ver sus abuelos, lo que normalmente le llevaba a contar casi un año entero, ahora solo tenía que contar medio año, y luego la otra mitad.

Parecía que era cierto eso que dicen de que cuando se cierra una puerta se abre una ventana.

Ella volvía a su rutina de clases, con compañeros que no eran sus amigos y adultos que no la entendían, marcando todos los días una equis en su calendario hasta llegar al día marcado, el día que realmente importaba, el seis de julio. Su cumpleaños era el ocho, pero sus abuelos llegarían un par de días antes, y ella estaba que se subía por las paredes cada vez que se acercaba más a la fecha.

Cuando ya estaban en julio sentía que esos seis meses habían sido los más largos de la historia. Tenía ganas de celebrar su cumpleaños, en general nunca quería celebrarlo, pero ese año sí que quería. Ya habían planeado lo que iban a hacer: madrugarían para ir los cinco a la playa y llevarían para comer paella y una tarta de chocolate. Tenía pinta de que sería un gran día, ella no pedía nada más.

Ya había llegado el seis de julio y Raquel fue la primera en levantarse de la emoción, aunque en el fondo no había quedado claro si había dormido algo en toda la noche. Estaba vestida desde temprano, lista para que sus abuelos pasasen por el umbral de la puerta en cualquier momento para irse después con ella a tomar un helado, justo lo que le habían prometido el día anterior en una llamada telefónica.

Pero pasaba el tiempo y estos no llegaban. ¿Qué les había pasado? ¿Se habían perdido? ¿Se bajaron en la parada equivocada? ¿Había tanto tráfico? Raquel miraba a su madre en busca de respuestas, pero ella solo la miraba y se encogía de hombros.

Al pasar ya dos horas desde que se suponía que tenían que haber llegado a su casa su madre se puso a llamarlos, a intentar localizarlos. Pudo averiguar que habían cogido el avión y que este había llegado sin problemas y todos los pasajeros estaban bien, ergo descartaba accidente aéreo o que se les hubiera escapado el vuelo.

-Creo que tus abuelos se han tenido que perder o han cogido el autobús equivocado o algo, porque no se me ocurre otra opción, y encima no me contestan las llamadas... no entiendo nada -le comentaba preocupada a su hija.

Siguió llamándoles una y otra vez al móvil que ambos compartían pero no conseguía tener una respuesta. Llamó a su marido al trabajo para contarle lo que estaba pasando para ver si él sabía algo, pero tampoco.

Después de otras dos horas el móvil de su madre sonó, el número que llamaba era el de sus abuelos.

-¡Al fin! -exclamó su madre -¡Mamá, Papá, ¿dónde están!?

El semblante de su madre se iba quedando más y más blanco según iba aumentando el tiempo que se quedaba en el teléfono.

-¿Qué pasa ma? ¿Dónde están los abuelos?

-Ahora no cariño, espera -le dijo con una voz bastante quebrada.

Al terminar la llamada, Raquel no pudo evitar ver como su madre se derrumbaba y se sentaba enroscada en el suelo y empezaba a llorar, justo en ese momento llegó su padre que se quedó desconcertado al ver la escena.

-¿Qué ha pasado? -le preguntaba mientras la ayudaba a ponerse en pie.

Raquel no tenía ni idea de con quién había hablado ni qué le habían dicho, pero tenía claro una cosa: sus abuelos no estaban bien. Inconscientemente empezó a llorar, estaba demasiado asustada y nadie le estaba explicando nada. Se puso a abrazar a Piti que justo en ese momento se había sentado a su lado.

Cuando su madre estaba más calmada su marido llamó a una amiga de la familia para que viniese a encargarse de Raquel, a quien además aun no le habían explicado lo que estaba pasando. La amiga que vino era Denisse. Era más o menos de la edad de su madre y, además, también era su madrina.

-¡Raquel! ¡Cuánto tiempo! ¡Estás enorme! -decía mientras le pellizcaba los mofletes, algo que odiaba.

-Amor, vas a tener que quedarte con Denisse hasta que volvamos.

-¿Van a buscar a los abuelos? -preguntó con un pequeño halo de esperanza.

-Ya te explicaremos a la vuelta, adiós -respondió su padre al ver que su mujer se iba a volver a echar a llorar tras esa pregunta.

-A ver pequeño demonio -decía Denisse.

-No soy un demonio.

-¿Qué quieres hacer? ¿Una peli? ¿Ir al parque? ¿Pintarte las uñas? ¿Maquillarte? Lo que tú quieras.

Sabía que Denisse no diría ni pío de adonde iban sus padres y, como se quedó con ganas de aquel helado que le habían prometido, se fueron al parque juntas, compraron un helado en el coche de los helados, uno de chocolate con sirope de chocolate para la más pequeña, y otro de fresa con sirope de frambuesa para la mayor, y se sentaron en los columpios a pasar el resto del día.

Cuando volvieron a la casa sus padres aún no habían vuelto, así que para cenar calentaron en el horno una de las pizzas que habían en el congelador y se pusieron a ver La novia cadáver. Raquel intentó mantenerse despierta por todos los medios posibles, pero llegó a su límite y no le quedó otra que caer rendida al sueño.

Al despertarse estaba en su cuarto. Salió al salón y vio a sus padres hablando con Denisse.

-Buenos días dormilona, al final te dormiste tú primero -le recordaba.

-¿Y los abuelos? -insistía ella.

-Buenos, mejor me voy que a ustedes os espera un largo día, si me necesitáis me dais un toque y en nada estoy aquí, hasta luego -se despedía.

-Cariño, vamos a sentarnos todos en el sillón, ¿vale?

Sin rechistar, fue y se sentó en el sillón. Piti, que la seguía desde que salió del cuarto, continuó el rastro de sus pasos y se subió de un salto en el sillón para tumbarse sobre sus piernas.

Raquel escuchó muy atenta lo que sus padres tenían que contarle respecto a lo que había pasado en las últimas horas y por qué sus abuelos no habían llegado. Su cara se fue entristeciendo más y más hasta que al final no quedaba ni rastro de esa sonrisa que había tenido en los últimos días.

Después de sentir como algo dentro de su interior se le partía, como el corazón se le retorcía y como el aire le empezaba a faltar, empezó a llorar sin poder contenerse. Sus padres la abrazaron y la consolaron todo lo que pudieron, pero ella no podía parar de repetir que era su culpa, que fue por su culpa.

-Es culpa mía, si ellos no hubiesen venido para mi cumpleaños... nada de esto hubiese pasado -decía entremedio de su llanto.

-No cariño, no lo es -le consolaba su madre.

-Sí lo es...

Raquel estaba empezando a comprender lo que había sentido Marcos aquellas navidades al perder a su madre. Tenía razón, no hay nada que se pueda hacer o decir para hacerte sentir mejor.

No paraba de pensar que más que una abuela había perdido a su mejor amiga. Aparte de Marcos, su abuela era la única con la que hablaba de verdad y que ella sentía que realmente la comprendía. Y después también estaba su abuelo, con quien había pasado buenos momentos y siempre le hacía sentir mejor cuando estaba triste, y con quien había hecho las mayores locuras, otro de sus mejores amigos.

¿Qué le quedaba ahora?

Tú eres mi princesa y yo tu caballeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora