Otra vez volvía a entrar esa luz a su habitación, esa luz que se colaba a través del pequeño hueco que la cortina no llegaba a cubrir y que era más que suficiente para despertarla. Abrió los ojos algo regañada y estiró el brazo hasta alcanzar el móvil. Pero no lo encontró. Se puso en pie, encendió la luz y se puso a rastrear su cuarto hasta ponerlo todo patas arriba, pero no aparecía.
—¡Mierda! —dijo en voz alta lamentándose de lo estúpida que había sido —. ¿Pero dónde coño está?
—¿Por qué estás farfullando tú sola? —dijo su madre al escucharla hablar consigo misma.
—¡No encuentro mi móvil! Llámame anda.
—¡Pobre de ti como lo hayas perdido! —respondió enfadada.
—Lo que tú digas, pero llámame de una vez.
La madre cogió el móvil y marcó el número de su hija. Mientras tanto, Raquel estaba concentrada en su cuarto con la esperanza de escuchar su tono de llamada.
—No, soy su madre —escuchó Raquel de fondo.
—¿Qué? ¿Con quién hablas mamá? —preguntó sobresaltada.
—Espera, ahora te digo.
Raquel estaba impaciente, preguntándose quién podía ser la persona que le había robado el móvil y que, por si fuera poco, tenía la cara de responder a una llamada y entablar una conversación con su madre.
—Sí, ahora baja, muchas gracias —y colgó.
—¿Y bieeen?
—Resulta que anoche se te calló el móvil en el sitio ese al que fuiste pero un chico muy amable lo cogió y lo guardó, y estaba esperando a que lo llamarás para dártelo.
—¿Un chico? ¿Qué chico? —preguntó con miedo de que fuese alguno de los chicos de anoche.
—Y yo que sé hija. Le he dicho que enseguida bajas, así que venga, vístete, te está esperando en la cafetería que está al lado de ese pub de anoche, por lo visto trabaja ahí.
—Sí que mantuvieron una larga charla... ya sabes hasta donde trabaja —comentó mientras buscaba algo que ponerse.
—Y cuando vuelvas ordena tu cuarto y me explicas qué hacías en un pub —añadió mientras cerraba la puerta.
—Y cuando vuelvas ordena tu cuarto —repitió imitando una voz de niña pequeña.
Se vistió con unos pantis negros, su abrigo azul marino y sus queridas botas negras. Se recogió el pelo en una coleta alta sobre la marcha, se lavó la cara y, como no podía ponerse las lentillas por lo irritados que estaban aún sus ojos, se puso unas gafas de sol a pesar de estar el cielo completamente nublado.
Salió de su piso y miró a la izquierda. Se alegró de no tropezarse, como siempre, con su vecino. Cogió el ascensor, abandonó el edificio y puso rumbo al pub. Después de unos treinta minutos caminando llegó y se extrañó al ver que no había ninguna cafetería ni a un lado ni al otro ni al frente.
Le habían gastado una broma.
—Será cabrón... —murmuró mientras daba media vuelta para volver a su casa completamente indignada.
—¡Hombre! ¡Si eres tú! Casi no te reconozco con esa coleta y esas gafas —dijo una voz que le resultó familiar —¿Te acuerdas de mí?
—¿Adrián? ¿Tú tienes mi móvil?
—El mismo, y sí, lo tengo yo —confirmó con una mirada pícara.
—Pero... ¿en qué momento se me calló del bolsillo? —preguntó extrañada mientras este le devolvía su teléfono.
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Tú eres mi princesa y yo tu caballero
Teen FictionRaquel es una joven adolescente tímida, callada y reservada. Durante las vacaciones de Navidad viaja al antiguo pueblo de sus abuelos, en donde los recuerdos la empiezan a inundar y esa armadura con la que se protege se empieza a desvanecer. ¿Será c...