Silencio

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Ya han llegado las vacaciones de Navidad y Raquel está indiferente con respecto a estas fechas. Para ella solían significar volver a ver a sus abuelos, ahora ese sentido se ha perdido completamente. No lo ha superado, aún le cuesta aceptar que haya pasado, y las terapias apenas están empezando a hacer efecto.

Al cruzar el umbral la realidad le vuelve a golpear con fuerza. Su abuela no está ni en la mecedora ni en la cocina preparando galletas o sentada en la mesa tomándose un café. Su abuelo tampoco se encuentra ahí, y no por haber tenido que hacer la compra o por estar echándose una siesta en el dormitorio, simplemente no está. Y ninguno de los dos volverá a estar nunca más. No puede evitar llorar.

En silencio saca a su mascota del trasportín y se va a su cuarto a dejar que pasen las horas.

—Raquel, a comer, la cena está lista —le dice su madre a través de la puerta, sin invadir mucho su espacio.

—No tengo hambre —responde sería y sin ánimos.

—Sabes que no te puedes tomar la pastilla sin nada en el estómago, tienes cinco minutos o te saco a rastras.

La psicóloga ya había advertido a los padres de cómo podía reaccionar su hija al volver al piso de sus abuelos. Decía que podía ser tanto bueno como malo al mismo tiempo. Bueno porque la ayudaría a aceptar, malo porque podría hundirse más.

Raquel había acabado sufriendo depresión tras la pérdida de sus abuelos. Sus padres empezaron a notarlo con pequeños cambios de actitud. Había empezado a comer menos desde aquel día y se le notó una grave pérdida de peso en solo unas semanas. Apenas les estaba mirando a los ojos, no hacía nada, se quedaba días sentada en su cama o en el sillón dejando que pasaran las horas, en silencio.

Tardaron en reaccionar, en ver que eso no era normal y que necesitaba ayuda, pero nada más darse cuenta la llevaron a una especialista para que la diagnosticara. A ninguno de los dos les gustó lo que la especialista les comentó. ¿Cómo una niña tan pequeña podía tener depresión? Pero si solo tenía nueve años.

—La depresión no es muy común en los niños, pero se da —le explicaba a los padres aquel día —. Puede darse por varios motivos, puede ser por una mala relación con los padres o problemas de autoestima... pero en este caso es la pérdida de un ser querido —hizo una pausa y continuó —. Raquel tenía un vínculo muy fuerte con sus abuelos, y aún más con su abuela por lo que me ha contado, y perderlos ha sido para ella ver como su alrededor se desmoronaba.

—¿Y cómo es que a usted le he contado lo que le pasa, como se siente... y a nosotros nada? —interrumpió su madre confundida.

—Ese es mi trabajo, por eso han venido aquí.

—Pero somos sus padres, tendría que contarnos a nosotros —decía su padre indignado.

—Lo entiendo, pero la depresión hace que ella se aísle en sí misma y aparte a las personas más cercanas, en este caso a sus padres, ustedes dos.

—¿Y ahora qué? ¿Qué podemos hacer para ayudarla, para que vuelva a ser mi hija? —preguntaba su madre preocupada.

—Hay que ir poco a poco, es algo muy importante que deben entender, esto no se puede curar de la noche a la mañana ni se pondrá buena tras estar una semana tomando pastillas como cuando se pone enferma de gripe.

—¿¡Le mandará pastillas!? —gritó su madre alterada.

—No, iremos poco a poco.

Raquel empezó a visitar a la psicóloga una vez a la semana, ahí le pedía que hablara de cómo se sentía y, también, le hacía hipnoterapia y de alguna forma salía mejor de la consulta de lo que entraba, pero no era suficiente, al día siguiente ya se encontraba mal.

Tú eres mi princesa y yo tu caballeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora