¡Que empiece la batalla!

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Es un nuevo día. Ya ha parado de nevar y el sol se distingue perfectamente en el horizonte, pero eso no significa que el frío haya desaparecido. Antonio despierta a su nieta con un chocolate caliente y la ropa preparada para llevarla a dar una vuelta con la esperanza de que esa cara tan larga que tenía desde que volvió del hospital desaparezca.

—La nieve está recién caída, ¿sabes lo que eso significa, verdad?

Claro que sabía lo que significa, pensaba mientras se tomaba el chocolate. Cuando nevaba durante toda la noche al día siguiente solía ir con Marcos y su abuelo a saltar sobre las montañitas que se formaban, a construir muñecos de nieve y crear batallas campales. Hoy no iba a ser lo mismo, Marcos seguía en el hospital, seguramente a lo largo del día volvería, pero no estaría ahí con ella pasándoselo bien.

Raquel se limitó a asentir con la cabeza, luego su abuelo salió y se puso a esperarla en el salón. Cuando se acabó el chocolate se vistió con unos pantalones azules, su abrigo amarillo a juego con sus botas amarillas, le dio un beso de buenos días a su gato, con el cual le habían dejado dormir por la situación, y se fue al salón con él para dejarlo en su sitio y salir con su abuelo aún sin saber muy bien a donde irían.

—¡Todos listos entonces, nos vamos de excursión! —dijo entusiasmado mientras su nieta se dedicaba a seguirlo.

Las calles estaban llenas de niños que habían salido a jugar con la nieve recién caída. La verdad era que estaba blandita y más blanca que en la última nevada, pero no le salían las fuerzas para jugar.

Estaba pensando en Marcos, pensando en qué sería de él y en lo mal que lo debería estar pasando. En aquella conversación que no tendría que haber escuchado, en la que los abuelos se estaban planteando mudarse a la ciudad por él... ¿Si lo hacían lo volvería a ver? Era una pregunta egoísta, pero en ese momento era lo que más le preocupaba.

—¡Ya hemos llegado!

Tan sumida en sus pensamientos no se había dado cuenta que acababa de cruzar la puerta del hospital.

—¿¡Vamos a ver a Marcos!?

—¡Pues claro que lo vamos a ver! ¿Qué es una guerra de bolas de nieves sin él?

A Raquel se le cambió la cara y los ánimos, aunque se puso un poco nerviosa a su vez por la idea de verlo, la última vez la había echado de la habitación.

Fueron hasta la planta en la que habían puesto a Marcos en observación y se encontraron a Conchi y a su marido hablando con un médico que al instante se fue a otra parte. Por lo visto le estaba diciendo que todo estaba en orden y que enseguida le darían el alta. Raquel se puso mucho más feliz aún por saber que la salud de su amigo estaba bien, ahora tocaba ver cómo estaba por el otro lado.

—¡Hola! Tus abuelos están firmando los papeles del alta y me han dejado venir para decirte que te vayas preparando —dijo Raquel al entrar en el cuarto dando saltitos de alegría.

—Vale.

La miró solo un momento y luego apartó la mirada para ponerse en pie, coger su ropa e ir al baño a cambiarse. Los ánimos volvieron a desaparecer, puede que el médico dijese que estaba bien, pero estaba claro que no lo estaba al cien por ciento, se notaba que estaba triste y bastante deprimido, al fin y al cabo... ¿quién no lo estaría en su lugar?

Se puso a esperarlo encima de una silla de la que le colgaban los pies mientras miraba como los movía, ¿por qué tardaba tanto? Se preguntaba. De repente, algo blanco y frío le estalla en la cara.

—¡Guerra de bolas de nieve! Marcos uno, Raquel cero —y salió corriendo por la puerta.

A Raquel le costó reaccionar, pero desde que lo hizo puso pies en polvorosa para vengarse de ese golpe a traición.

—¡Eso es trampa! ¡No vale! —le gritaba mientras le seguía por los pasillos del hospital rumbo a la salida escalera abajo.

Cuando salió, Marcos le tenía otra bola preparada que atinó en el hombro, Raquel no esperó, cogió toda la nieve que pudo con las dos manos y saltó para tirársela toda encima de la cabeza, Marcos intentó huir, pero el suelo estaba congelado, se calló y se vio sumergido en una masa de nieve.

—¿¡Cómo os atrevéis a empezar sin mí!? —gritó Antonio tras alcanzarlos mientras se colocaba detrás de un banco para la batalla.

Raquel corrió atrás de un árbol antes de que Marcos se pudiera levantar y que Antonio lanzara la primera bola. Rápidamente creó un arsenal de bolas de nieve y visualizó a Marcos escondido tras un cubo de basura a su alcance, ya que por la confusión no se había dado cuenta donde estaba ella escondida.

—¡Qué empiece la batalla! —anunció el abuelo tras formar una buena cantidad de bolas de nieve.

Antonio centró su ataque en Marcos al ser el más cercano y Marcos en él porque no conseguía ver a su amiga. Las bolas iban de un lado a otro y algún que otro caminante desafortunado se convertía en su víctima. Una, dos, tres y hasta cuatro bolas seguidas le dieron a Marcos por la espalda, lo que delató la posición de Raquel e hizo que se lanzara a por ella.

Ella le dio con todas las bolas que le quedaban hasta que Marcos le pidió tregua para derrotar a Antonio, ella aceptó. Sería la batalla final.

Ellos estaban haciendo todas las bolas posibles para salir e ir a por él de una vez por todas, mientras tanto él esperaba a que salieran del árbol sin pestañear. En menos de un segundo salió uno por la izquierda y otro por la derecha y se pusieron a hacer zigzag para que le costara apuntar, todo eso teniendo los brazos llenos de bolas de nieve, y cuando llegaron al banco le acribillaron.

—¡Oh, no! Esto sí que no vale, es un todos contra todos, no vale hacer alianzas —se quejaba mientras aceptaba su derrota.

—¡Antonio! ¡Te voy a matar! Le acaban de dar el alta tras sufrir una hipotermia y lo llevas a que coja otra en la nieve, a saber qué diría tu mujer si te viera así, como un niño pequeño jugando, ¡ya tienes una edad! —le regañaba la abuela de Marcos.

—La edad es un estado mental.

—¡No me vengas con peros! Y tú, Marcos, a dentro ahora mismo a ponerte el abrigo, ¡mira lo empapado que estás, madre del amor hermoso!

Marcos entró como alma que lleva al diablo en el hospital a ponerse el abrigo que le estaba sosteniendo su abuelo mientras Raquel le seguía con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Por qué no te pusiste el lazo hoy? —le preguntó a su amiga tras darse cuenta que tenía el pelo por toda la cara.

—Se me olvidó, no es lo mismo hacerte un lazo que ponerte una diadema, lo segundo es más fácil y rápido.

—Tendré que ir un día de estos a comprarte otra diadema, no se hable más, y ahora vámonos a casa que tengo hambre y la comida del hospital es horrible.

—Sí, espera a que pase un taxi y nos vamos —le confirmó Conchi mientras seguía molesta por lo que acababa de pasar.

A Raquel le parecía todo muy confuso y divertido al mismo tiempo, ojalá esa batalla hubiese durado un poco más, no quería volver a la realidad.

—Oye, una cosita —le susurró Marcos al oído mientras estaban en el taxi.

—Dime —le respondió en voz muy baja.

—Ahora cuando lleguemos vente conmigo a mi cuarto, quiero contarte una cosa.

Esas palabras hicieron que todo su cuerpo se sobresaltara. ¿Estaba preparado ya para hablar con ella? Tenía una sonrisa en la cara, pero la mirada le delataba, estaba vacía. Quizá lo de antes fue para aparentar y que nadie se preocupara tanto por él, a lo mejor en el fondo seguía mal y quería desahogarse más tarde con su amiga.

Quién sabe.

Tú eres mi princesa y yo tu caballeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora