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La promesa que Tae le había hecho a Hyung Sik en el lecho de muerte hacía que tuviera constantes enfrentamientos con su viuda. Sheba Park era su patrona y estaba resuelta a presionarlo tanto como le fuera posible. Pero él estaba decidido a respetar los deseos de Hyung Sik. Era un compromiso que no satisfacía a ninguno de los dos y era inevitable que entre ellos surgiera una guerra abierta.

—No tienes ninguna prueba de que _____ tomara el dinero.

Mientras lo decía, Tae se sintió furioso consigo mismo por intentar defenderla. No había más sospechosos.

No le sorprendería que su esposa hubiera cogido dinero —ella habría pensado que se lo merecía, —pero no había esperado que robara en el circo. Eso sólo demostraba que su libido había nublado su buen juicio.

—Es cierto —espetó ella. —Comprobé la recaudación después de que se fuera. Acéptalo, Tae, tu mujer es una ladrona.

—No quiero que la acuses antes de que hable con ella —dijo él con terquedad.

—El dinero ha desaparecido, ¿no es cierto? Y _____ estaba a cargo de él. Si ella no lo ha robado, ¿por qué se ha esfumado?

—La buscaré y le preguntaré.

—Quiero que la detengan, Tae. Me robó, y en cuanto la encuentres llamaré a la policía.

Él se detuvo al instante.

—Nunca llamamos a la policía. Lo sabes tan bien como cualquiera. Si es culpable yo me encargaré de ella igual que me encargaría de cualquier otra persona que hubiera infringido la ley del circo.

—La última persona de la que te encargaste fue aquel conductor que vendía drogas a los trabajadores. Lo dejaste hecho una piltrafa cuando acabaste con él. ¿Piensas hacer lo mismo con ella?

—¡Ya está bien!

—Eres un imbécil, ¿sabes? No vas a poder proteger a tu estúpida mujercita. Quiero recuperar hasta el último centavo y luego quiero que la castigues. Y si no lo haces a mi entera satisfacción, me aseguraré de que todo el peso de la ley caiga sobre ella.

—Te he dicho que me encargaré de ella.

—Ya veo cómo lo haces.

Sheba era la mujer más dura que conocía. La miró directamente a los ojos.

—_____ no tiene nada que ver con lo que pasó entre nosotros. No la utilices para vengarte de mí.

Tae vio en los ojos de Sheba un destello de vulnerabilidad que rara vez exhibía, pero desapareció con la misma rapidez que apareció.

—Odio desinflar ese precioso ego tuyo, pero veo que aún no te has dado cuenta de que ya no me interesas en absoluto.

Se marchó airada y, mientras la observaba alejarse, Tae supo que mentía.

Los dos compartían una historia larga y complicada que se remontaba al verano en que él tenía dieciséis años y pasaba las vacaciones viajando con el circo de los Hermanos Park, y escuchando el punto de vista de Hyung Sik sobre los hombres y las mujeres. Los trapecistas Cardoza también estaban en la gira de aquel verano y Tae se enamoró perdidamente de la reina de la pista central, que por aquel entonces tenía veintiún años.

Se pasaba las noches soñando con su elegancia, su belleza, sus pechos. Las chicas que había conocido hasta ese momento le parecían niñas comparadas con la deliciosa e inalcanzable Sheba Cardoza. Además de desearla, sentía cierta afinidad con ella porque ambos buscaban la perfección en su trabajo. Percibía en Sheba una voluntad similar a la suya.

Ángel | KTHDonde viven las historias. Descúbrelo ahora