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Tae se abrió paso a empujones entre los periodistas y fotógrafos que rodeaban a _____ al término de la última función.

—Mi esposa ha tenido suficiente por hoy. Necesita descansar un poco.

Ignorándole, un periodista metió una pequeña grabadora bajo las narices de _____.

—¿En qué pensó cuando se dio cuenta de que el tigre andaba suelto?

_____ abrió la boca para responder, pero Tae la interrumpió sabiendo que su esposa era tan condenadamente educada que respondería a todas las preguntas aunque estuviera muerta de cansancio.

—Lo siento, no tenemos nada más que decir. —Pasó el brazo por los hombros de _____ y la alejó de allí.

Los periodistas se habían enterado enseguida de la fuga del tigre y no habían dejado de entrevistarla desde la primera función. Al principio Sheba se había alegrado por la publicidad que eso suponía, pero luego había oído que _____ comentaba que la casa de fieras era cruel e inhumana, por lo que se había puesto hecha una furia. Cuando Sheba había tratado de interrumpir la entrevista, _____ le había lanzado una mirada inocente y había dicho sin pizca de malicia:

—Pero Sheba, los animales odian estar allí. Son infelices en esas jaulas.

Cuando Tae y _____ llegaron a la caravana, él estaba un contento de tenerla sana y salva que no podía concentrarse en lo que le estaba contando. _____ trastabilló y Tae se dio cuenta de que caminaba demasiado rápido. Siempre le estaba haciendo eso. Arrastrándola. Empujándola. Haciendo que se tropezara. ¿Y si hubiera resultado herida? ¿Y si Sinjun la hubiera matado?

Sintió un pánico aplastante mientras se le cruzaban por la cabeza unas imágenes horripilantes de las garras de Sinjun despedazando aquel delgado cuerpo. Si le hubiera ocurrido algo, jamás se lo hubiera perdonado a sí mismo. La necesitaba demasiado.

Le llegó la dulce y picante fragancia de su esposa mezclada con algo más, quizás el olor de la bondad. ¿Cómo había logrado metérsele bajo la piel en tan poco tiempo? No era su tipo, pero le hacía sentir emociones que nunca había imaginado. Esa joven cambiaba las leyes de la lógica y hacía que el negro fuera blanco y el orden se convirtiera en caos. Nada era racional cuando ella estaba cerca. Convertía a los tigres en mascotas y retrocedía con espanto ante un perrito. Le había enseñado a reírse y, también, había conseguido algo que nadie más había logrado desde que era un niño, había destruido su rígido autocontrol. Tal vez fuera por eso que él comenzaba a sentir dolor.

Una imagen le cruzó por la mente, al principio difusa, aunque poco a poco se volvió más nítida. Recordó cuando en los días más fríos de invierno pasaba demasiado tiempo a la intemperie y luego entraba para calentarse. Recordó el dolor en sus manos congeladas cuando empezaban a entrar en calor. ¿Sería eso lo que le ocurría? ¿Estaba sintiendo el deshielo de sus emociones?

_____ volvió la mirada a los reporteros.

—Van a pensar que soy una maleducada, Tae. No debería haberme ido así.

—Me importa un bledo lo que piensen.

—Eso es porque tienes la autoestima alta. Yo, sin embargo, la tengo baja... —No empieces...

Tater, atado cerca de la caravana, soltó un barrito al ver a _____.

—Tengo que darle las buenas noches.

Tae sintió los brazos vacíos cuando ella se acercó a Tater y apretó la mejilla contra su cabeza. Tater la rodeó con la trompa y Tae tuvo que contener el deseo de apañarla antes de que el elefantito la aplastara por un exceso de cariño. Un gato. Quizá podría comprarle un gato. Sin uñas, para que no le arañara.

Ángel | KTHDonde viven las historias. Descúbrelo ahora