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_____ bajó por la pendiente cojeando sin apartar la vista de los elefantitos que estaban, sin atar, a unos quince metros.

Digger los llamó por señas.

—Hay que llevarlos a beber agua. Use esto para empujarlos, cláveselo en los costados. —Le señaló un palo de casi dos metros con un pincho en el extremo, luego se acercó a los pequeños elefantes (que debían de pesar cerca de una tonelada cada uno). Combinando las órdenes y la voz con unos ligeros golpecitos del pincho, Digger los hizo ponerse en movimiento hacia un tanque lleno de agua. La chica se mantuvo tan alejada de ellos como le fue posible, con el corazón latiéndole con fuerza por el miedo.

El hombre volvió la mirada hacia ella.

—Así es como debe hacerlo.

_____ se acercó poco a poco, diciéndose a sí misma que, a pesar de su tamaño, aquellas bestias eran sólo unos bebés. Al menos no eran unos desagradables perritos.

Observó que algunos bebían directamente de la artesa, mientras que otros aspiraban el agua con la trompa y luego se la llevaban a la boca. Digger notó que ella se mantenía apartada.

—No le darán miedo, ¿verdad, señorita?

—Por favor, tutéame.

—No debes dejar nunca que los animales perciban tu miedo.

—Eso me ha dicho todo el mundo.

—Tienes que demostrarles quién es el jefe. Enseñarles que eres tú la que manda.

Él golpeó a uno de los animales, haciendo que se echara a un lado para que pudieran pasar los demás. Desde lo alto de las gradas, durante el espectáculo, _____ había encontrado preciosos a los elefantitos, con esas orejas blanditas, aquellos encantadores rabitos y las expresiones solemnes, pero ahora le daban muchísimo miedo.

Había visto cómo manejaba Neeco Martin a los adultos (los machos, se recordó a sí misma, aunque hubiera jurado que todas eran hembras). Hizo una mueca cuando Digger golpeó con fuerza a uno de ellos. Puede que ella no fuera amante de los animales, pero al ver aquello se revolvió por dentro. Los elefantes no habían nacido para vivir en un circo y nadie debería tratarlos tan brutalmente por no seguir las reglas de los hombres, en especial cuando dichas reglas iban contra sus instintos.

—Tengo que ayudar a Neeco a pasear a los elefantes —dijo Digger. —Encárgate de llevar a los elefantitos hasta la estaca. Iré dentro de unos minutos para ayudarte a atarlos.

—¡Oh, no! No, no creo que...

—Aquel de allí es Puddin. Ése es Tater. El del fondo es Pebbies y este de aquí es Bam Bam, lo llamamos Bam para abreviar. Dale ahora a Pebbies con el pincho. Tienes que enseñarle modales. —Le ofreció el pincho a _____ y se alejó.

_____ miró con consternación aquella arma del diablo. Bam abrió la boca, _____ no supo si lo hacía para bostezar o para pegarle un bocado, y se echó hacia atrás. Dos de los elefantes metieron la trompa en el abrevadero.

«Ahora sí que me voy a rendir», pensó ella. Había conseguido limpiar el camión, pero no lograría acercarse a los elefantes. Había alcanzado su límite.

A lo lejos vio a Tae observándola, vigilándola como un buitre acecha a su presa antes de saltar sobre ella.

Ella se estremeció y dio un paso indeciso hacia los elefantitos.

—Eh... venga, amiguitos. —Temblorosamente señaló la estaca con el pincho.

Bam (o quizá fuera Pebbies) levantó la cabeza y le lanzó una mirada de desdén.

Ángel | KTHDonde viven las historias. Descúbrelo ahora