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La sangre rugió ardiente y necesitada en las venas de la chica. Separó los labios para que la lengua de Tae penetrara en su boca mientras él la cogía en brazos y la llevaba a la cama donde la dejó caer sin ningún miramiento.

—Estoy sucia y sudada.

—Yo también, así que no hay problema. —Con un rápido movimiento Tae se quitó la manchada camiseta por la cabeza. —Vas demasiado vestida para mi gusto.

_____ se deshizo de los zapatos y se desabrochó los vaqueros, pero al parecer no con la suficiente rapidez para él.

—¿Por qué tardas tanto? —En unos instantes Tae le había arrancado la ropa para dejarla tan desnuda como él.

Los ojos de _____ recorrieron el cuerpo de su marido, los músculos marcados, la piel tostada y el suave pecho donde resaltaba la medalla esmaltada. Tenía que preguntarle por ella. Tenía que preguntarle muchas cosas.

Tae se dejó caer junto a ella, _____. Lo primitivo de aquel encuentro la excitaba de una manera que nunca hubiera creído posible. El desenfreno que sentía la hacía avergonzarse.

—T-tengo que ducharme.

—Después. —Tae tomó un condón del cajón de la mesilla, lo abrió y se lo puso. —Pero estoy muy sucia.

Él le separó las rodillas.

—Quiero que disfrutes.

Ella gimió y le mordió el hombro cuando se apretó contra ella. Su piel le supo a sal y a sudor; lo mismo que él saboreaba en sus pechos. Se le puso un nudo en la garganta.

—De verdad, Tae, tengo que ducharme.

—Después.

—Oh, Dios mío, ¿qué me estás haciendo?

—¿Te gusta?

—¿Te gusta a ti?

—Sí. ¿Quieres más?

—Sí, oh, sí.

Olores y sabores. Caricias. Sudor y fuerza bajo las palmas de las manos de la joven mientras Tae embestía una y otra vez.

A ella se le pegó el pelo a las mejillas y una brizna de paja le hizo cosquillas en el cuello. Tae le pasó los dedos por la hendidura del trasero y la puso sobre su cuerpo, manchándole el costado con la grasa del brazo. Le aferró los muslos con las manos y la alzó sobre él.

—Móntame.

Ella lo hizo. Se arqueó y bajó con rapidez, moviéndose como le dictaba su instinto, e hizo una mueca de dolor al intentar albergarle en su cuerpo.

—Más despacio, cariño. No voy a ir a ningún sitio.

—No puedo. —Lo miró a través de una neblina de dolor y deseo y vio la cara de Tae cubierta de sudor con los labios apretados y pálidos. La suciedad oscurecía esos abultados pómulos y tenía un poco de paja en el brillante pelo negro. Volvió a descender sobre él y soltó un jadeo de dolor.

—Así no, cariño. Shhh... más despacio.

Tae le deslizó las manos por la espalda y la atrajo hacia él, apretándole los pechos contra su torso, enseñándole a encontrar un nuevo ritmo.

Ella lo abrazó con los muslos y la medalla esmaltada le arañó la piel. Se movió sobre el cuerpo masculino. Lentamente al principio, contoneándose después adorando la sensación de tener el control, de dictar el compás y la profundidad. Ahora ya no había dolor, sólo placer.

Tae le aferró las nalgas, pero dejó que siguiera a su ritmo. Ella sabía por la tensión de esos duros músculos que a él le costaba renunciar al control. Tae le mordió en la clavícula, sin hacerle daño; como si quisiera utilizar otra parte de su cuerpo para sentirla.

Ángel | KTHDonde viven las historias. Descúbrelo ahora