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Tiempo después _____ no pudo recordar cómo consiguió aguantar durante los diez días siguientes mientras el circo recorría Daegu antes de cruzar la frontera de Busan. Durante el día Tae y ella estaban solos en la camioneta y, cuando él se dignaba a hablarle, ella sentía como si le estuviera pinchando con espinas gigantes. Ni siquiera compartían las comidas. Tae siempre se abría alguna lata de conservas mientras ella estaba en el cuarto de baño arreglándose para la función y le dejaba preparado un plato de comida mientras él se cambiaba. Nunca le preguntó qué le apetecía comer ni le pidió que cocinara, aunque ella tampoco habría tenido fuerzas para hacerlo.

Algunas veces pensaba que había soñado aquel apasionado beso que habían compartido. Ahora ni siquiera se tocaban, salvo en esas ocasiones en las que se quedaba dormida en la camioneta y se despertaba acurrucada contra él. Cuando eso ocurría se apartaba de un salto, sólo para sentir la intensa energía sexual que existía entre ellos, tan palpable como la brisa que entraba en la camioneta.

O puede que todo eso fuera cosa de su imaginación. Tal vez Tae no se sentía atraído por ella. ¿Cómo iba a encontrar atractiva a una chica con las manos llenas de ampollas, la nariz quemada por el sol y los codos llenos de costras, que no vestía otra cosa que ropa de trabajo sucia? En algún momento de la última semana había dejado de maquillarse hasta la hora de la función. Durante el día se recogía el pelo en una coleta, con algunos mechones sueltos que le caían sobre el cuello y las mejillas. En sólo dos semanas había abandonado las costumbres de toda una vida.

Ni siquiera sabía quién era cuando se miraba en el espejo.

Siempre estaba cansada. Se quedaba dormida en el sofá antes de medianoche, pero luego, una vez que Tar entraba en la caravana, le resultaba imposible volver a dormirse. Daba igual lo que hiciera, daba vueltas durante horas hasta que finalmente caía en un sueño intranquilo y se despertaba sin haber descansado. Se sentía agotada, confundida e increíblemente sola.

Como todos creían que era una ladrona, continuaban haciendo todo lo posible para evitarla y, por otro lado, tampoco había mejorado la relación con los elefantes. Tater todavía se comportaba como si lo hubiera traicionado. Varias veces llegó a considerar la posibilidad de ponerse perfume, pero la asustaba todavía más el cariño del elefantito que su odio. Cuando Neeco y Digger estaban cerca, el animal la dejaba tranquila, pero, si no estaban a la vista, buscaba cualquier oportunidad para arrojarla al suelo; la derribó tantas veces que tenía magulladuras por todas partes.

Los otros elefantes se dieron cuenta enseguida de que era una presa fácil y la convirtieron en el blanco de todas sus travesuras. La rociaban con agua, le chillaban y la tiraban al suelo si se acercaba demasiado. Lo peor era ver cómo esperaban a que se aproximara a ellos antes de divertirse a su costa. Neeco le decía que, como se negaba a usar el pincho, tenía lo que se merecía y que jamás vencería.

Aunque se mantuvo alejada de Sinjun y averiguó más cosas de él por lo que les oyó a los demás. Era un tigre viejo, tenía unos dieciocho años y fama de arisco. Según Digger, ninguno de sus entrenadores había conseguido ganar su confianza, y todos lo consideraban imprevisible y peligroso.

Como su marido.

Tae la confundía de tal manera que no sabía qué pensar de él. Tan pronto se comportaba como un monstruo sádico como aparecía por el camión de los elefantes con unos nuevos guantes de trabajo para ella o una gorra de béisbol para que no se quemara con el sol. Y, más de una vez, llegó justo a tiempo de bajar una carretilla cargada de estiércol por la rampa antes de que _____ tuviera ocasión de hacerlo. Sin embargo, la mayor parte del tiempo sólo parecía sentir pena por ella.

Era un día insoportablemente cálido para estar sólo a mediados de mayo. La temperatura superaba los treinta y cinco grados y la espesa humedad dificultaba la respiración. De nuevo instalaron el circo en un aparcamiento, en un pequeño pueblo, y el asfalto negro intensificaba el calor. Los elefantes ya habían conseguido tirarla dos veces ese día y, la segunda vez, se raspó el codo. Para empeorar las cosas, todos los miembros del circo parecían disfrutar de un tiempo de relax excepto ella.

Brady y Perry Lipscomb estaban sentados a la sombra del toldo de la caravana Airstream de la familia Pepper, tomando una cerveza fría y escuchando un partido de béisbol en la radio. Jill se rociaba con agua mientras el tomaba el sol recostada en una silla con el último ejemplar del Cosmopolitan en las manos. Incluso Digger echaba una siesta a la sombra.

—¡_____, mueve el culo y ocúpate del heno! —le ordenó Neeco a gritos desde la puerta de la caravana de los equilibristas, luego rodeó los hombros de Charlene con el brazo. Algunas veces, desde que se habían enfrentado por el pincho, Neeco la trataba con hostilidad. Le encargaba los trabajos más duros, y la hacía trabajar durante horas interminables, hasta que llegaba Tae y le decía que ya había sido suficiente por ese día.

Cuando comenzó a mover el heno, le ardía cada músculo del cuerpo. Tenía la camiseta empapada de sudor y un roto en el hombro; sus vaqueros parecían no haber visto una lavadora en semanas, y la suciedad, el heno y el abono se le pegaban a cada centímetro de su húmeda piel. Tenía el pelo enredado y las uñas tan quebradas como su espíritu.

Al otro lado del recinto, Sheba tomaba un refresco y se pintaba las uñas de los pies. A _____ le goteaba el sudor por los ojos, haciendo que le picaran, pero tenía las manos demasiado sucias para enjugarse la cara.

—¿Quieres apresurarte, _____? —gritó Neeco, mientras Charlene soltaba una risita tonta. —Está entrando otra carga.

Algo dentro de la chica explotó. Estaba harta de ser el juguete de todos. Estaba cansada de que los elefantes la tiraran y de que los seres humanos la despreciaran.

—¿Sabes qué te digo? ¡Que lo hagas tú mismo! —Arrojó al suelo el rastrillo y se alejó con paso airado. Ya había tenido suficiente. Iba a buscar a Tae y a exigirle que le comprara ese billete de avión. Nada podía ser tan malo como eso.

Ángel | KTHDonde viven las historias. Descúbrelo ahora