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Tae se quedó mirando el oscuro escaparate de la tienda de postales. Tres puertas más abajo brillaban las luces de una pequeña pizzería mientras, junto a ellos, parpadeaba el letrero de neón de una tintorería cerrada. Hacía mucho tiempo que había dejado de pensar en el robo de _____, pero lo cierto era que nunca había creído que fuera inocente. Tenía que asumir la terrible injusticia que había cometido con ella.

¿Por qué no le había creído? Siempre se había enorgullecido de ser imparcial, pero había estado tan seguro de que la desesperación de _____ la había conducido a robar el dinero que no le había ofrecido el beneficio de la duda. Debería haber sabido que el fuerte código moral de su esposa jamás le permitiría robar.

Ella se removió inquieta a su lado.

—¿Podemos irnos ya?

_____ no había querido acompañarlo a dar un paseo nocturno por la alameda desierta, cerca de donde se había instalado el recinto del circo, pero Tae no estaba preparado para volver a los estrechos confines de la caravana y había insistido en ello. Dio la espalda al despliegue de postales y figuras de ángeles y sintió la tensión y la mirada preocupada de _____.

Los mechones negros enmarcaban las mejillas de su esposa y su boca parecía tierna y delicada. Sintió temor ante aquella dulce cabeza hueca que poseía una voluntad tan firme como la suya. Le rozó la mejilla con el pulgar.

—¿Por qué no me contaste que lo hizo Heather?

—Podemos hablar de eso más tarde —dijo _____ mirando impacientemente hacia la carretera y alejándose de él de nuevo.

—¡Espera! —la cogió suavemente por los hombros y ella se removió como un niño impaciente.

—¡Suéltame! Nunca deberías haber dejado que Brady se la llevara así. ¿Has visto lo enfadado que estaba? Si le hace daño...

—Espero que le caliente el trasero.

—¿Cómo puedes decir eso? Sólo tiene dieciséis años y ha sido un verano horrible para ella.

—Tampoco ha sido demasiado bueno para ti. ¿Cómo puedes defenderla después de lo que te hizo?

—Eso no importa. La experiencia me curtió, algo que ciertamente necesitaba. ¿Por qué has dejado que se la llevara estando tan enfadado? Prácticamente le has dado permiso para que le dé una golpiza. No esperaba eso de ti, Tae, de verdad. ¡Ahora!, por favor, te lo ruego. Volvamos y deja que me asegure de que está bien.

«Te lo ruego.»

_____ repetía eso todo el tiempo. Las mismas palabras que habían envenenado el espíritu de Sheba Park dos años antes, cuando le había implorado que la amase, salían de la boca de _____ continuamente. Por la mañana, con el cepillo de dientes en la boca le gritaba: «¡Café! ¡Por favor, te lo ruego!» La noche anterior le había susurrado suave y tímidamente al oído: «Hazme el amor, Tae. Te lo ruego.» Como si tuviese que rogárselo.

Pero implorar no amenazaba el orgullo de _____. Era sólo su manera de expresarse y, si en algún momento fuera lo suficientemente tonto para sugerirle que suplicar podía ser humillante, _____ le lanzaría esa mirada compasiva que él había llegado a conocer tan bien y le diría que dejara de ser tan estirado.

Tae le acarició el labio inferior con el índice.

—¿Te haces una idea de lo mucho que lo siento?

_____ se removió con impaciencia bajo el roce de su mano.

—¡Ya te he perdonado! ¡Ahora, vámonos!

Tae quiso besarla y sacudirla al mismo tiempo.

—¿No lo entiendes? Por culpa de Heather todo el circo pensó que eras una ladrona. Ni siquiera yo te creí.

Ángel | KTHDonde viven las historias. Descúbrelo ahora