Capítulo 3

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La chica que tiene miedo a escribir

El olor a café inundó sus fosas nasales, tomó el vaso de cartón y lo llenó del café expreso que había preparado, le colocó la tapa, escribió el nombre de la persona que había hecho el pedido y luego lo llamó

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El olor a café inundó sus fosas nasales, tomó el vaso de cartón y lo llenó del café expreso que había preparado, le colocó la tapa, escribió el nombre de la persona que había hecho el pedido y luego lo llamó.

—Un expreso para Hugo—mencionó y un chico alzó la mano a lo lejos para acercarse a pasos rápidos a ella.

—Soy yo—le tendió el vaso y él lo tomó—. Gracias—dijo para luego darse la vuelta y regresar a donde estaba.

Ella se recostó un poco en el mesón y suspiró mirando el lugar. Esa era Vera Zabat, estudiante de literatura en las mañanas, trabajadora en un café por las tardes e intento de escritora por las noches. Nunca había podido llamarse a sí misma escritora porque siempre pensaba que le faltaba algo importante para ello: tener un libro publicado.

Desde que tenía dieciséis se empeñó cada día en escribir y llegar a ser publicada, pero siempre había sido rechazada por la única editorial que deseaba. También lo había intentado con editoriales más pequeñas pero la historia era la misma, no conseguía esa chispa que los cautivase o que los mantuviese leyendo por horas.

Ella quería ser una escritora grande pero no tenía las agallas suficientes para hacerlo. ¿La razón? Vera tenía miedo de escribir sobre lo que realmente quería escribir; su narración era buena, su historia era bastante rentable pero le faltaba las ganas de escribir lo que ella realmente quería.

—Chica, ¿me podrías dar una servilleta? —preguntó una muchacha, Vera asintió y le entregó un par de servilletas—. Gracias—le sonrió para regresarse a su mesa.

Vera escuchó el sonido dela campana en la puerta que le indicaba la llegada de un nuevo cliente, acomodó su cabello un poco y miró a los dos chicos que estaban con el uniforme de Instituto.

—Hola, bienvenidos a Café Mila, ¿puedo tomar su orden? —dijo de forma cortés, ambos chicos miraron la cartelera con el menú.

—Un frappuccino—escuchó decir a uno.

—A mí me das un Macchiato—dijo el otro, ella asintió.

Colocó dos vasos de cartón en la barra y sacó su marcador.

—Yo soy Otis y pedí el frappuccino, y el Macchiato es para Blazz—mencionó el primer chico, Vera asintió y colocó ambos nombres—. Pueden esperar en una mesa o quedarse por aquí cerca.

Se dio la vuelta para comenzar a realizar ambos cafés.

— ¿Ya terminaste el manuscrito? —escuchó decir a uno, eso llamó su atención por completo.

—No, Tania me dijo que tenía que terminar primero mi tarea de Francés—respondió el otro chico, a lo que su amigo rió.

—Cuando lo tengas me lo envías, de verdad lo quiero leer.

—Deja de ser tan intenso, dios mío—rió.

Vera suspiró sintiendo un poco de celos por el chico que escribía el manuscrito, ella no tenía un amigo que compartiese ese interés en lo que ella escribía. Ni siquiera sabía si alguien llegaba a leer lo que enviaba a Juana Blanca; nunca le habían dado respuesta y nunca había tenido la sensación de que fuese a suceder de esa forma.

Colocó el hielo granizado en el café y le echó el chocolate derretido con unos grupos de brownie. Se dio la vuelta y le entregó al chico su café para regresar a hacer el otro.

—¿Por cuál capítulo vas? —preguntó—. Deberías darme una parte para ir leyendo, leo lento.

—No he llegado a la mitad.

—Cuando llegues a la mitad, ¿me lo puedes pasar?

—Cómo quieras—escuchó decir, se volteó con el otro vaso de café listo y se lo entregó al chico que aparentemente escribía.

Lo detalló rápido, cabello castaño oscuro, ojos grises, por el uniforme de instituto podía creer que tenía entre diecisiete o dieciocho años, y le parecía aún más triste—para ella—, que tan joven tuviese a alguien que lo apoyase en su sueño de escritor al punto de insistirle mucho en ver lo que llevaba escrito.

Claro que no sabía lo equivocada que se encontraba.

El chico la miró sin entender por qué ella lo estaba mirando sin disimulo y quitó su vista de ella al avergonzarse. Tomó su café y le agradeció para luego tomar a su amigo del brazo y marcharse.

Vera observó a ambos chicos con curiosidad, quitó su mirada de ellos cuando salieron de la cafetería y suspiró cansada. Se veían jóvenes, tenían sueños por delante y parecían que al menos uno de ellos estaba haciendo lo que le gustaba, le hubiese gustado poder ser como el chico cuando tenía su edad, o cuando inició a escribir.

Era tan insegura que se había debatido muchas veces si realmente era lo suficientemente bueno como para iniciar un capítulo, o si su historia podría gustarle a alguien. Nunca se lo había enseñado a nadie por lo mismo, tenía tanto miedo a ser rechazada por sus conocidos que hacía como si nada de los que escribiese fuese realmente importante como para que ellos pudiesen verlos.

Llenaba a su mejor amiga Jenell de todas sus historias pero no le había dado nunca la oportunidad de leerlas. Siempre era lo mismo, ¿cómo una escritora podía tenerle miedo a ello? No quería recibir un no como respuesta, le bastaba con lo que las editoriales le hacían entender.

Ella era una escritora que tenía miedo de que el mundo entero la considerara como una.

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Pido disculpas por mi ausencia, si me has leído antes sabes que no tiendo a tardar mucho en actualizar, pero había estado en un periodo de descanso y al retomar me quedé con dos historias que quería terminar para concentrarme de lleno en esta.

Vamos conociendo poco a poco a Vera, ya no tardaremos en que Blazz note que es la misma chica de sus manuscritos. ¡Espero les haya gustado el capítulo!

Pilares Del RechazoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora